Mª LUZ FERNÁNDEZ LLAMES

EL HOMBRE QUE CONTABA HISTORIAS


Oscar Wilde

UNA VERSIÓN POÉTICA

Sabes de tu importancia Contador de Historias.

Cuando nace la mañana sales a recorrer la vida

ojos ajenos a la espalda

que se han de mirar en el espejo de tus recuerdos.


Ser un receptor sin filtros hace temblar tus cimientos

y el cáliz de la responsabilidad

                                             te atenaza la garganta.

Sólo, frente a los titulares, sopesas tus palabras.

No es extraño, por tanto, que te corteje

                                                          a menudo

                                                                         el silencio.


Mariluz Fdez. Llames

Mayo 2010

LUIS PARREÑO GUTIÉRREZ



VIAJE ACCIDENTADO.


Supongo que lo que voy a relatar parecerá increíble, pero yo no albergo ningún interés en que lo crean o no, simplemente trataré de contar los hechos tal como sucedieron.

Por una serie de circunstancias fortuitas, mi padre fue un australiano que hace ya unas décadas llegó en un mercante a la Costa de la Muerte y quedó varado en ella.

Conoció a una inglesita remilgada que pasaba por parecidas circunstancias y se casaron, decidiendo fijar su residencia en un apartado rincón de la citada costa.

Ese es el motivo de que yo sea gallego, de padres extranjeros y que además domine tres idiomas: castellano, gallego e inglés, con un inconfundible acento de Oxford, por mi madre.

Ella me inculcó el amor a la literatura, y el hecho de poder leer en su lengua directamente las obras de los clásicos ingleses, me llevó a interesarme excesivamente por la época victoriana tardía y por una de sus figuras más destacadas: Oscar Wilde.

No les aburriré con mis viajes y aficiones, pero sí les puedo decir que en una partida de dados particularmente dura, alguien me propuso lo que a todas luces era una locura: un viaje en el tiempo.

No voy a explicar aquí qué máquina o método emplean para conseguirlo, pero sí les diré que a pesar de estar en la fecha actual, Siglo XXI, conseguí viajar en el tiempo durante un día a la Inglaterra de finales del Siglo XIX y entrevistarme con el señor Oscar Wilde en persona.

Para la ocasión me vestí como un marinero simple de los muchos que pululaban por los puertos ingleses de la época, no era cosa de desentonar y levantar sospechas.

La fecha elegida era un día de la primera semana de enero de 1882, fecha en que según los historiadores el señor Wilde se embarcó para E.E.U.U. con motivo de dar una serie de conferencias sobre Esteticismo.

Quienes programaron mi viaje tuvieron en cuenta tantos detalles que relatarlos aquí sería muy largo y difícil, pero habían conseguido tal exactitud que en la hora prevista por su programa y en el sitio indicado, aparecimos mi acompañante y yo, en medio de una fría niebla que cubría los muelles del Támesis, en la zona portuaria de Londres.

Comenzamos a caminar siguiendo las instrucciones recibidas en nuestro siglo y nos fuimos adentrando en una zona menos peligrosa que los muelles. El frío y la humedad calaban nuestras ropas y mi compañero de viaje, cuya misión era conseguir un objeto que demostrara nuestro paseo por el pasado, ya tenía claro qué llevarse y a quién sustraérselo.

PEPA RUBIO BARDÓN

De la mano de Oscar Wilde:

      “Bajo el balcón”

La luna llena henchida de nácar
las estrellas más luminosas
impedirán que mi amada se extravíe
hallará el camino de mi corazón
recorrerá campos de amapolas
rojas como sus labios
su leve pie se bañará en las gotas de rocío
que ha llorado la noche
aspirará el perfume de las violetas
que jalonan humildes la ribera
deseará la imposible belleza de los narcisos
que soplan sobre el lago esmeralda
será un ave de melodiosos trinos
que anuncia la tímida aurora
repicará suave en la ventana
como la brisa trémula del amanecer
y mi corazón despertará gozoso
mientras el sol convierte en oro cuanto toca
y hace florecer los lirios en el valle


Pepa Rubio Bardón
13—Mayo— 2010.

ANA DOMINGO MARTÍNEZ

DE PROFUNDIS…

H.M. PRISON, READING (enero-marzo 1987)

Querido Bosie (Alfred Douglas): Aquí encerrado entre cuatro paredes, sin poder percibir ni el día ni la noche, y así durante dos años interminables, quiero expresarte en esta carta todo mi dolor, angustia y remordimientos. Todo lo que he sentido y todavía siento. No te culpo de nada, mas mía culpa es, por haberlo permitido. Por haberme dejado engañar. Pero pretendo, querido Bosie, que sepas cómo es mi existencia aquí, completamente solo y aislado, ya que tú nunca en el tiempo que he permanecido aquí te has dignado dar la cara ni has tenido la osadía de venir a verme, ni de escribirme, ¿es que ya no existo para ti?

Empezaré a contarte que en esta misiva con sus innumerables hojas no he podido desahogarme en una sola vez, sino en dos meses, puesto que el señor carcelero sólo me daba una hoja cada día, así como mi manutención, consistente en tan solo un trozo de pan y un cuenco lleno de algo viscoso. ¿Te acuerdas de las comidas lujosas que tú imponías arrastrándome a mí en nuestros mejores días?

Pero no voy a reprocharte nada, tan sólo quiero recordar, aquí en mi habitación oscura, que

“El sufrimiento es permanente, oscuro, y oscuro, y tiene la naturaleza del infinito”.

MAR CUETO ALLER


La fantástica Lai-Chi


Lai-Chi no era la más bella de las princesas de su reino. Tampoco era quien mejor danzaba. Ni cantaba más armoniosamente que sus compañeras. Pero tenía una cualidad que la hacía imprescindible en todas las fiestas y reuniones. Su imaginación era tan portentosa que siempre cautivaba con sus relatos. Quizás no fuesen tan bellos como las leyendas escritas. Aunque ella ponía tanta emoción que resultaban mucho más interesantes. Y casi todos los que la escuchaban se creían que cuanto decía era cierto por muy absurdo que fuese.

En las cocinas de palacio disfrutaban tanto al escucharla que solían prepararle los más exquisitos pasteles de arroz y cerezas para que merendase con ellos y les contase historias. Ella les solía relatar la del Jarrón enamorado de la tetera. Que era la favorita de las aprendices. O la del cocinero sabio que preparaba una sopa de letras que volvía inteligentes a cuantos la comían. Siempre le mandaban que las volviese a contar, en sucesivas reuniones, y ella invariablemente añadía o cambiaba muchos datos. Unas veces, porque no se acordaba de todos los detalles. Y otras, para hacerlas más entretenidas.

A las tejedoras y modistas también les encantaban sus cuentos. Por ese motivo le reservaban los tejidos de seda más lindos y suaves. Y siempre le estaban confeccionando los más bellos kimonos inspirados en sus palabras. Para compensarlas, les contaba la historia de la reina de las mariposas que fue destronada por presuntuosa. O la de la capa de la verdad, que impedía mentir a todos los que la vestían o la contemplaban.

JOSÉ MANUEL SANTOMÉ BÁZQUEZ


TIEMPOS DE VALS


Cuando éramos muchachos tú yo y el mundo que nos envolvía pensábamos como tales. Alcanzábamos las más altas metas tan sólo con unir nuestras manos. Al igual que el príncipe feliz de Oscar Wilde estábamos dispuestos a darlo todo. A desprendernos de nuestro ser. Golondrina, golondrina, golondrinita: sácame el corazón, que es tuyo. Me pesa mucho de tanto amor. No me sueltes la mano; ahora no; no la sueltes nunca, amor. Quiero vivir en estado permanente de gracia, inmaculado, sin mancha mortal. Por ti, por mí, por nosotros. Vivir como nuestra madre nos trajo al mundo. Con los puños cerrados, aferrándonos a nuestra inocencia y llorando por temor a que nos la arrebaten.
¡Calla, calla! no digas nada. Por Dios, amor, no me interrumpas ahora que he comenzado.
Lo sabíamos, siempre lo supimos, por eso no hacían falta palabras. Estaba escrito en nuestras estrellas. Los Dioses se complacían y por eso no las apagaron.
Pensábamos entonces que era una vocación eterna. Un bautizo sagrado que confería la inmortalidad del alma; indestructible.

MARÍA DEL CARMEN SALGADO ROMERA

EL PÁJARO EN EL MANZANO

Dedicado a Maribel




Lejos de la ciudad, de los palacios y de los trajes de gala había un pueblecito de campesinos, de personas sencillas que se reunían los domingos por la mañana en la pequeña iglesia con tejado de pizarra, y el resto de la semana trabajaban de sol a sol atendiendo los campos de maíz; cultivando las huertas donde sembraban patatas, berzas, ajos, tomates y cebollas; pastoreando las vacas y llevándolas al mercado; alimentando a los cerdos, conejos y gallinas en las cuadras de sus humildes casas, que estaban rodeadas de pequeños jardines con manzanos y perales donde, en el buen tiempo, las mujeres se sentaban a arreglar la ropa de sus hijos mayores para que pudieran utilizarla sus hermanos.

En una de estas casas, cerca del cruce de caminos, vivía un matrimonio de mediana edad con sus cuatro hijos: Susana, la pequeña, rubia como los ángeles; Alberto, de ocho años, moreno como su padre, de quien había heredado su carácter, su gran sentido del deber y una poderosa imaginación, y las presuntuosas gemelas que ayudaban a su madre e iban a la escuela con sus hermanos, pero no sacaban demasiado provecho de las enseñanzas del maestro y sí de los consejos que les daban sus amigas sobre como parecerse a las señoritas de la ciudad.
La vida transcurría apaciblemente en el pueblo y en aquel hogar, donde el amor reinaba por encima de las pequeñas disputas que surgían, de vez en cuando, a causa del carácter, a veces egoísta, de las hermanas mayores.

Una mañana de primavera el padre había marchado temprano al mercado de un pueblo lejano. Como no esperaban su regreso hasta la tarde, a mediodía dispusieron la mesa para comer los cinco. La olla humeante desprendía un delicioso olor y la madre sirvió en los platos de madera un riquísimo cocido, repartió generosas rebanadas de pan y llenó los vasos de espumosa leche. Mientras las mujeres hablaban y reían, Alberto comía en silencio observando fijamente algo situado al otro lado de la ventana. Ni siquiera parpadeó cuando Susana le tiró una bolita de pan.
Extrañada, se acercó para preguntarle qué le pasaba. Él le contó que sobre el manzano había un extraño pájaro, el mismo que había visto en sueños la noche anterior, sueños que olvidó nada más despertar. Pero, al verlo en el jardín, estaba empezando a recordar lo que entre trinos le había presagiado: que algo muy malo les iba a suceder durante ese día, algo que les traería un gran sufrimiento a todos.

COMIENZA EL HOMENAJE A OSCAR WILDE

Durante los meses de mayo y junio el grupo "Amigos Escritores" centrará sus textos en la vida y obra de este polifacético escritor. Les animamos a participar con sus escritos y comentarios.

EL HOMENAJE A CARMEN MARTÍN GAITE HA CONCLUÍDO

Hemos recopilado catorce textos que abarcan desde sus pensamientos hasta relatos o poemas inspirados en su biografía, su obra o la época que le tocó ¿transmutar? 

Su visión nos ha servido para denunciar algunos de los problemas que aún sufre nuestra sociedad: la miseria, el maltrato, la soledad, la marginación...

Agradecemos a Carmen Martín Gaite todo lo que nos ha aportado y damos la bienvenida a un escritor: Oscar Wilde, a quien rendiremos homenaje entre los meses de mayo y junio.

Quedan invitados a participar con nosotros.

Un cordial saludo.

JOSÉ CUETO

UNA PEQUEÑA HISTORIA

Era un niño pequeño de pelo rubio y ojos almendrados con su sombrerito jipijapa. Se lo había comprado la tía Francis en un viaje enrevesado por el centro y sur de América. Ella y su marido, el tío John, recorrieron, en un último intento de recobrar su desgastada relación, desde el canal de Panamá hasta Buenos Aires en un tour carísimo que había pagado la empresa de tío John. Con todo ello y desdeñando los esfuerzos de su incansable marido, tía Francis había terminado con él en algún sitio por Brasil y le había dejado con ese pequeño obsequio para el niño. Tía Francis, aunque no lo reconociera, amaba al chico más de lo que nunca había amado a su marido, a sus padres, a sus hermanos, incluso a su hermana y compañera de múltiples “batallas”. Ningún regalo o noticia más llegó a la familia de la tía Francis.

Tío John se encontraba en el porche, copa en mano y con una cara triste y dura. El niño le miró unos instantes tratando de desentrañar aquel mal de amores con una sola mirada. Como si con sus pequeñas manitas pudiese abrir las puertas a su alma y sacar ese dolor lacerante que acababa con las fuerzas de tío John, tocó sus mejillas, cubiertas de aquella horrible barba de tres días, y le arrancó la mayor de las sonrisas. Un manotazo en la jipijapa puso al niño en sus brazos.


Con el niño apoyado contra su corazón sintió como aliviaba el dolor de la marcha de tía Francis. Ese sentimiento, el amor y el cariño hacia ese niño erradicaron todo el mal de su corazón… “Quién pudiera tener algo así cada vez que te sientes mal…”


Sus ojos volvieron a los de aquel niño que destilaba cariño y comprensión. ¿Pero qué comprensión podía tener un niño de siete años que no tiene ni la más remota idea de lo que le pasaba?


Se sobresaltó al primer disparo. El hombrecito se escapó de entre sus brazos y salió corriendo y saltando alegre en busca de su abuelo. Otro disparo. Atravesó el bosquecillo de al lado de la casa familiar tocando de eucalipto en eucalipto. Y cuando ya veía al abuelo con su escopeta apuntando para el tercer disparo, cayó.


-Pero chico, no dejas de caerte. – Su voz estaba algo cascada, pero era grave, melodiosa y arrullante. Algo que atraía fuertemente al pequeño.


-¡Abuelo! – Se levantó corriendo al oír su voz y pronto se plantó a su lado para ver el cuarto disparo.


Un plato voló sobre el campo y el disparo sonó aún más estruendoso que desde la casa, pero al niño no le molestaba. El plato cayó en una pieza.


-¿Qué quieres, Ricky?