El homenaje 2010 a Antonio Machado ha concluido:

Han participado un total de veintidós autores y se han recopilado veintiocho textos, en prosa o verso. Destaca la originalidad del enfoque global, que ha logrado un doble homenaje: a Antonio Machado y a Soria, la entrañable ciudad castellana que tanto representó para él. 

Felicitaciones a estos generosos escritores, que nos deleitan con la sensibilidad que emana de sus obras. Para ellos no hay vacaciones: Ya están trabajando en un homenaje a Carmen Martín Gaite, que concluirá el 30 de abril.

Pronto podremos disfrutar de sus nuevos escritos en el blog de Amigos Escritores y Lectores, donde quedan invitados a colaborar todos ustedes con sus comentarios o sus aportaciones literarias.

Carmen Salgado Romera (Mara)
Coordinadora de Amigos Escritores y Lectores

Mª Luz Fernández Llames

Hola D. Antonio:


Somos un grupo de amigos escritores que queremos rendirle homenaje.

Alguno de nosotros ha nacido o vivido en esa tierra castellana que usted tanto amó.


No tenemos una tertulia de bar.


Ya quisiéramos.


Nos comunicamos a través de una máquina que no llegó a conocer.


El ordenador.


Imagine una mezcla de máquina de escribir y cinematógrafo.


Teclas y pantalla que nos acercan el mundo a la sala de estar.


Las cartas llegan con sólo tocar una de esas teclas.


Accedemos a museos, diccionarios, santuarios, prostíbulos, tierras y mares.


Volamos sin volar.


La noche pasada, en no más de una hora, viajé de Soria a Colliure.


Allí siguen sus caminos.


Sobreviven al tiempo y a las obras públicas porque aún hay pies que los recorren.


Los pies de los que gustan escuchar el ruido que hace la hierba al crecer.


Las campanas no han dejado de dar las horas en las torres de los pueblos


y la gente espera al anochecer el crotorar de las cigüeñas.


He visto los olmos


y las golondrinas jugando.


A pesar de la contaminación feroz.

Eran casi las nueve cuando llegué a Colliure, D. Antonio.


El mar insistía en acercarse a las piedras milenarias.


Me recibieron callejones empinados con geranios en los peldaños.


Colores muy alegres en barcas y fachadas.


Y su tumba.


Al entrar, a la derecha en el pequeño cementerio.


Vestida con la bandera republicana.


Cubierta la lápida con pétalos, con recaditos sujetos por piedras.


Su nombre.


Y el de su madre.


Piedra y cemento remozados por suscripción popular.



La máquina moderna me enseñó también fotos.


Espléndida, la belleza de Guiomar.


Gana usted mucho sin sombrero.


Vi su último recorrido entre nosotros.


A hombros de milicianos catalanes.


La soledad digna del ataúd reposando sobre dos sillas.




Parece que descansa usted, D. Antonio.


Acompañado, como bien decía en aquel verso furtivo,


por estos días azules y este sol de la infancia.


Mecido por el mediterráneo.


Usted, que navegó cien mares


y atracó en cien riberas.




Reciba un fuerte abrazo


y nuestro respeto.


Mariluz

Pepa Rubio Bardón

AMOR DE VERANO

Al lado del Duero
de oro la pradera
es día del patrón
romería
verbena
que el Verano es
luz
calor
fiesta
los enamorados
al bailar se besan
rojas amapolas
jalonan la vega
y al son de la brisa
se mecen
y enredan
cohetes al aire
la música cesa
las parejas buscan
bajo las estrellas
el rumor del río
y la luna llena
que en él se refleja
ya de madrugada
se van a las eras
un lecho de espigas
doradas
tersas
acoge sus cuerpos
de fuego
y tormenta
de regreso a casa
huérfanos de estrellas
con polvo en los pies
los cabellos mesan
y al despedirse
con el alma en pena
“Carpe diem” se dicen
que Caronte espera
ágiles los remos
la barca dispuesta

Carmen García Saavedra


SEÑOR, ya me arrancaste lo que yo más quería.

Oye otra vez, Dios mío, mi corazón clamar.

Tu voluntad se hizo, Señor, contra la mía.

Señor, ya estamos solos mi corazón y el mar.
 

Ana Alonso Cabrera


                   SE HACE CAMINO AL ANDAR


Los años me vuelven más consciente

De que se hace camino al andar,

Que lo andado es pasado y la edad

Trae los recuerdos al presente.



Cada encrucijada, una decisión,

Un desvío, una opción, un azar.

Una afrenta a la predestinación,

Un paso tras otro sin vuelta atrás.



Quisiera borrar algunas huellas,

Algunas heridas sin cerrar,

Que las arrugas sean bellas

Y caminar y caminar.



Atravesar campos de estrellas,

Mirar al horizonte sin temor,

Desangrar la luz en las tinieblas,

Emborracharme con el amor



Y al final del camino

Sentir la fatiga y las ganas

De descansar.

Descubrir el sentido de la vida

Y sonreír, tal vez soñar.

Matilde Ramírez Aranda



ESPAÑA DEL MESÓN




“España del Mesón, que hoy suenas jota”,

Visión precisa de esta marioneta,

En la que todos se dicen muy patriotas

Y cada uno echa hilo a su cometa.



Vocación de enseñante sin medida,

Diste clase por fuera de tus aulas.

Quisiste darle a España otra salida,

A los españolitos, darles alas.



Francés, Teatro, cartas y poemas,

Amor, realidad, luz, música y arte

Desde Sevilla a Soria, y ya con pena

en Francia dieron, en Colliure, al traste.



Déjame aprender, Antonio, amigo,

De tu visión del mundo y de tu arte.

Permite que recoja tu testigo

Y, humildemente, déjame cantarte.

Mª Ignacia Caso de los Cobos Galán


                        HOMENAJE A MACHADO

Partiendo desde Vetusta
viajo por Tierra de Campos,
sus paisajes contemplando.
Intenso azul en el cielo,
en la tierra espigas rubias,
y escondidas, entre ellas,
amapolas coloradas.
También la flor de lavanda,
llenando con su perfume,
dando pinceladas malva.

Nos dirigimos a Soria,
queremos pisar sus plazas,
admirando cuanto encuentro,
disfrutando de su calma.
Iglesia de Santo Domingo,
con tan hermosa fachada.
¡Cuánta belleza en la noche!
cuando está iluminada,
luce su color bermejo,
su rosetón y portada.

San Juan de Rabanera,
preciosidad del románico.
Las ruinas de San Nicolás;
San Pedro, con su gran claustro,
donde encontramos la paz.
Primero fue Colegiata,
y más tarde Catedral.
Pienso que el tiempo ha parado,
y me quedo a meditar.

Vamos a San Juan de Duero
con un claustro sin igual,
con arcos de medio punto,  
más otros arcos cruzados.
Y seguimos paseando…
viendo los grandes Palacios:
El de los Condes de Gómara,
que luce su esbelta torre,
visible ya en lontananza,
y una grandiosa portada.

Saliendo de la ciudad
San Polo se queda a un lado,
donde se remansa el Duero,
junto a un paraje de álamos
que invitan a reposar.
La Ermita de San Saturio,
colgada del roquedal,
que a sus pies discurre el río.
Dicen que hizo milagros,
los de Soria lo sabrán.

Y así termino mi viaje.
En mi interior queda ya
aquello que vio Machado
con su querida Leonor,
que inspiró preciosos versos,
ya que fue su gran amor.
Esto lo mantiene vivo,
porque muerto no estará
aquél que deja un recuerdo
que siempre perdurará.

         Oviedo, 25 de Febrero de 2010.
    Mª Ignacia Caso de los Cobos Galán.



Pepa Rubio Bardón





" Recordando una por una tus palabras y tus labios y tus ojos".
"Lunes en nuestro rincón".
Carta a Guiomar.


Tus ojos son dos imanes
y mi corazón de hierro
me atraen con tanta fuerza
que separarme no puedo
tus ojos un mar profundo
brillantes como luceros
misteriosos chispeantes
su mirar de terciopelo
tus ojos dos azabaches
en los que yo me reflejo
y unas pestañas gitanas
como aureola de fuego
dos carbones encendidos
con los que fundir mi hierro
obscuros como una noche
sin luna en el firmamento
tus ojos son dos saetas
y su disparo certero
que hacen diana en mi alma
y quebrantan mi sosiego

Tus labios son dos cerezas
carnosas dulces y tersas
dos grosellas agridulces
son gelatina de fresa
son miel y a la vez acíbar
mermelada de frambuesa
tentación insoportable
para la boca que espera
quiero llenarla de besos
tantos como en ella quepan

Tu pluma palabra y dardo
que ilusiona o estremece
que da alas o cercena
que me anima o me detiene
que dice sí cuando es no
un no es quizá un tal vez
la indefinición total
una cárcel de papel

Pepa Rubio Bardón
Febrero 2010



José Julio Cueto Lozano

 

            Al final seremos trigo, seremos tierra; fuimos flor.

 

Champán francés en vez de cava,

apuro la copa en tierra extraña

no por celebración,

no con España de la guerra esclava.

 

Manumitir quiero a mis amigos dejados

algunos muertos, otros desamparados

¿quién puede vivir con el peso de estos pecados?

 

A las pruebas me remito

cuando expongo mi tristeza

en los versos que quisiera mitos.

 

La culpa que siento miente,

cuando el champán entra en mi boca,

que poco a poco a mi mente embota

olvidando en este lugar y tiempo extraño

que ya no hay tumbas para mi gente.

 

Mañana escaparía

buscando amor en las vías

que corren de vuelta a mis días.

 

Días en los que crecimos,

en los que enamoré las estrellas,

con mi juventud y dotes que creí eternas.

 

Pienso ahora en nuevos jóvenes y en ellas,

las estrellas,

que ya nuestra forma no divisan,

pues la muerte prematura nos esconde

con colores de horror en la camisa.

 

 

 

Mil kilómetros de ensayos,

poemas de maravillosos años,

que en los ojos de estos franceses

resultan extraños.

 

¡Escritura sin voz,

sin aliento, sin raíz!

 

 

Canción que huyes de tu tierra,

del todo español,

de hemorragias de terror y venas que salpican

tus anchos campos y tus pueblos bajo el sol.

 

¿Por qué has de huir?

¿Por qué has de dejar lo que es parte de ti?

 

La muerte es parte de la vida,

y ahí, donde acaba tu andar,

a tus seres queridos luchando dejas atrás.

 

Vendas negras, prensas

de heridas de balas que se encuentran

volando hacia víctimas indefensas.

 

Bailamos al son de nuestras tumbas,

paladeamos el olor del buen vino de antaño

que sacia nuestras penas soldadas por soldados.

 

No hablo ya de olmos, de abetos y latifundios,

pues de paz ya no sé palabras,

sólo maldigo al infortunio.

 

Miserable extiendo mis manos hacia el cielo,

pinto mis versos, nunca más hermosos y brillantes

pues han de ser ahora reflectantes

de una angustia e impotencia ante la guerra.

 

            "Estos días azules y este sol de la infancia"

 

José Cueto

Mª Esther Bravo Pobes


Réplicas  al poeta: ANTONIO MACHADO

Anoche… cuando mis sueños  cerraban
los  blancos recuerdos  de mi  patio andaluz,
en la cercanía de mis versos, declaro una  bendita paz que (descubrí)
adormecen  las  colmenas  ahora,  sobre mi dulce panal.

Anoche…  cuando mis sueños borraban
Tanta eternidad, cuando la orilla del  río descubre su mar,
En mi lecho solo camina, solo tu meloso caminar.
(Y) Las alondras me llaman sobre un  callado temblar.

Anoche…cuando  soñaba,  soñando  amanecer
Un ardiente sol encendía  mis lágrimas al caer
Deslumbrando vendavales  solitarios, enrojecidos,
Despertando   praderas  de verde  agua y jarabe de miel.

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Caminante, no existe el  destino.
El sueño   nace  al  palpitar.
Camina despacio y descubre
La dulzura de soñar.
Vive insistente,  soñando
lleno de bondad.
Que el camino recoge  fugaces
Orillas, corales  y olas  de mar.


Esther  Bravo 08/02/9010

María Suárez López





Homenaje a Leonor, esa desconocida.



   "Hoy vive en mi más que nunca y algunas veces creo firmemente que la he de recobrar".

            Fragmento de la carta enviada por Machado a Unamuno tras la muerte de Leonor.



  Fuiste su amor, su compañera, su cómplice. Siempre estuviste en la sombra apoyándole en sus peores días, escuchando sus poesías que te leía una y otra vez. No sólo eras su fuente de inspiración, sino que también eras la persona en quien confiaba para que le dieras tu opinión, pues sabía que era sincera y ausente de falsos halagos. Tú siempre estabas ahí, tímida, callada, reservada. Sin duda, aparte de su compañera, fuiste su musa.

   Cuando te fuiste y le dejaste le costó seguir caminando solo y lo reflejó en sus poesías y cartas a sus amigos.

   Nunca te olvidó y recordaba el tiempo que pasó contigo, tiempo corto pero intenso.

   Hasta el final de sus días pensó en ti y quizá ahora estéis en algún lugar caminando juntos para siempre.




María Suárez López.

Enrique Tejón Fernández

 

LA ABEJA VELERA

Un día de verano, lleno de sol y canícula, don Antonio Machado vio cómo una abeja se posó en una flor. Al lado, una piedra se ofrecía como asiento al caminante que buscara un lugar para descansar. Además, se sumaba a la generosa y desinteresada oferta la sombra que un árbol proporcionaba a quien, en las últimas horas de la tarde, se sentara a sus pies. El poeta se sentó y vio cómo el insecto succionaba con su trompa el néctar.

Imaginó aquel lugar lleno de flores y en cada una, una abeja; oyó el ruido de las alas y se estremeció. Fijó su atención en la abeja: apenas se movía; un ligero desplazamiento, y en absoluto la actividad que estos seres despliegan siempre. Transcurrieron así dos horas; hasta que a don Antonio se le vino la hora de cenar. Cerró la libreta, en la que no había escrito nada, y regresó a casa.

                Como al día siguiente no tenía que dar clase, decidió preparar un bocadillo que comería junto a una fuente de agua fresca y relajante sonido.  El sol estaba llegando a su cénit y, a cada momento, iba aumentando su fuerza. El camino no transcurría lejos de la flor en la que había dejado a la abeja, así que decidió acercarse. Naturalmente, no esperaba ver al insecto, pero allí estaba, moviéndose uno o dos milímetros cada vez. Claro que podía tratarse de otra abeja, pero algo le dijo que era la misma de la tarde anterior. Trató de encontrar una manera de marcar al animal; algo que le permitiera saber si siempre era el mismo. No, no supo cómo hacerlo.

Fue a la fuente y disfrutó del bocadillo. Arrullado por el chorro comió con verdadera delectación. Luego, volvió junto a la flor. Allí estaba la abeja. Seguro que había pasado la noche sobre la flor –no podía imaginarse otra cosa-. De nuevo buscó la manera de marcarla, pero de su cabeza no consiguió sacar una respuesta. Aunque la sombra del árbol aún no daba protección, se sentó en la piedra, sacó el pañuelo y, tras hacer un nudo en cada esquina, se lo puso en la cabeza. Preparó la libreta por si, durante la vigilancia,  surgía un poema.

El sudor corría por sus mejillas. Poco a poco, el sopor fue haciéndole dar cabezadas. Se le cerraron los ojos y, apoyando la cabeza en los brazos, soñó. Vio varios miles de miles de miles de abejas; volaban como un ejército: en perfecta formación. Sin embargo, no oía el zumbido que tendrían que producir millones de alas, sino una sinfonía que alguna orquesta invisible estuviera tocando cerca de allí. Al compás de la música, el gigantesco grupo empezó a dividirse en otros más pequeños que volaban a  diferentes alturas, ocupando su lugar en un imaginario pentagrama. Mientras unos conjuntos giraban sobre sí mismos, otros permanecían inmóviles en el aire, esperando que sonaran las notas que les correspondían. En un momento dado, la música sonó muy baja y todos los insectos se pusieron a la misma altura, a un metro del suelo, ofreciendo así a la vista una extensísima sábana alada de unos milímetros de espesor. De pronto, los timbales hicieron vibrar los árboles y las abejas se movieron semejando las salpicaduras que una lluvia de piedras produciría en un estanque. Otra vez adoptaron la forma de la sábana y más salpicaduras. Ahora entraron los instrumentos de viento con toda la fuerza que pueden proporcionar los pulmones de una persona; la sábana se hizo más gruesa: de dos o tres metros, y empezó a agitarse como lo hace una cuerda cuando se le impulsa desde un solo extremo. En verdad, el espectáculo le subyugaba hasta el punto de ralentizar la respiración. Sobre todo cuando se preparó el final de la sinfonía. En ese instante, las abejas formaron una gigantesca, asombrosa y estremecedora bola. Al fin, una fortísima nota final hizo el efecto de una explosión y la gran bola estalló en todas las direcciones, desapareciendo los insectos.

Abrió los ojos todavía asombrado por el sueño que acababa de tener, perplejo por la belleza de la ejecución. Se quitó el pañuelo de la cabeza y enjugó el sudor que cubría su cara. Miró a la flor, y allí estaba la abeja.

He soñado que mientras dormía

un sueño me hizo pensar que vivía,

que estaba en un lugar que mi presencia,

a pesar de ser una ausencia,

permanecía viviendo un sueño

que la vida me ofrecía.

Quise quedarme en un mundo onírico,

quise borrar el blanco y el negro,

que sólo vivos colores poblaran los sentidos,

que se pudieran oír,

que se pudieran oler,

que se pudieran comer,

que con verlos uno se sintiera arropado;

para poder soñar,

o mejor, para poder jugar:

yo soy el verde, como una liebre que se pierde,

¿cuál eres tú?

Ah, el amarillo, un río o un niño con cara de pillo,

el rojo, como un elefante sabio y cojo,

el azul, como  un oso gordo y gandul,

el rosa, como foca que, orgullosa, posa.

Al despertar, vi un papel blanco.

Tenía un dibujo negro.

Quise volver a dormir,

y soñé que despertaba.

Rompió la esquinita de la hoja de papel y con saliva, ya que no disponía de otra cosa, la pegó en el cuerpo de la abeja.

De regreso a casa, recordaba cómo el papel semejaba la vela triangular de un barco velero.

 

Se levantó muy temprano; preparó un bocadillo y corrió a ver a la abeja velera. Pero no estaba, ni la flor tampoco, ni la piedra en la que se sentaba. En su lugar había un mimo que le hizo sonrientes gestos de bienvenida; después le indicó que lo siguiera. El mimo saltaba y saltaba, y caminaba desandando el camino, yendo hacia la derecha, hacia la izquierda y otra vez hacia atrás. Daba volteretas, hacía cabriolas y siempre sonreía. Por fin, se detuvo, y colocándose a espaldas de don Antonio, con suavidad, le tapó los ojos. Cuando apartó las manos, don Antonio pudo ver que estaba rodeado de abejas, muchas abejas, casi tantas como las de la sinfonía, sólo que éstas no volaban, se desplazaban muy despacio, como si tuvieran miedo de que con un brusco movimiento la vela triangular que portaban se cayera. Se movían en círculo, girando a su alrededor al modo de un disco. El mimo le puso la mano en el hombro mientras le enseñaba el puño de la otra. Lentamente lo abrió: dentro estaba la abeja que don Antonio vio sobre la flor. ¿La flor?, se preguntó. Pues estaba en la oreja del mimo. Don Antonio buscó en sus pies la piedra, no la encontró. De nuevo el mimo le indicó la dirección en la que debía mirar. Vio la piedra y sobre ella un papel. Hacia allí se dirigió; y cada vez que tenía que pisar se formaba un hueco entre la masa de insectos. Así llegó hasta el papel; lo cogió y leyó:

Contarte quiero un millar de historias;

una historia por cada millar;

y cada millar en una historia;

siendo la misma historia

diferente y siempre igual.

Una flor, una abeja, una piedra y un papel.

Suda un poeta bajo un árbol.

Ve a la abeja sobre la flor,

oye una fuente que aplaude;

la flor en un papel;

                escrito en éste, un poema.

                El agua de la fuente repite su canción,

                viene la abeja,

                liba la poesía

                y se la lleva a la colmena.

 

El mimo le tapa y destapa los ojos. Ya no están las abejas, ni la flor, ni la piedra, ni el mimo; pero tiene en la mano el papel. Continúa leyendo el poema:

 

                La poesía en porciones se dividió  por las ramas

del árbol de la colmena,

                después en letras, y éstas en hojas de tomillo;

 al final, en silencios que se guardan en celdillas.

                Minúsculas celdillas en las que apenas cabía

                tu inocente mirada; mucho menos la mía.

                Bordones tocados por manos suaves.

                Las celdillas más grandes guardaban los silencios.

                Vuelcan sobre ellas los sonidos

que golpean con fuerza las paredes.

                Las abejas con el silencio hacen cantares.

                Del río llega un viento, los arrastra y teje nubes.

                Sobre unas sillas de mimbre llovían los cantares,

                y los hombres, dando palmas, bailaban por soleares.

               

Don Antonio buscó a su alrededor al mimo, a las abejas, a la flor, a la piedra. Nada. Bajó la vista al papel, pero había desaparecido.

A medida que regresaba a casa adquiría más fuerza la idea de que todo lo que acababa de ver no había sucedido, que nunca había habido tal abeja;  ¿o tal vez sí? La pregunta le asaltó al tener frente a sí la piedra en la que se sentara; sin embargo, no estaba el árbol, tampoco la flor.

Se sentó, cansado, y apoyó la cabeza en los brazos cruzados sobre las rodillas. Cuando la levantó vio a su lado la flor y detrás el árbol. La luz era mortecina y la sombra del árbol se retiraba a descansar.

Una vez en casa, sentado a la mesa escribió unos versos:

                               Estos días azules y este sol de la infancia.

                No supo seguir. Arrancó la hoja y rompió el verso.

Tal vez en otra ocasión…

 

Enrique Tejón

Alejandro Alonso Cabrera


¡AY, MACHADO!

¡Ay, Antonio!
Si supieras de tu saeta,
Que de procesión sale en Pascua,
Que al toque de bastón
Para al Cristo que a hombros recorre las calles,
Que en ocasiones, de anónima voz,
Tu poema se hace canción.
No imaginaste tanta gloria.
Que ya no es tuya,
Que voz del pueblo es.

¡Ay, Machado!
Si superas que cantan,
No sin buena batuta,
No sin corazón,
Que osaron componer
Con negras, bemoles, corcheas,
Música para tus poemas.
No imaginaste tanto honor.
Que ya no son tuyos,
Ahora del pueblo son.

¡Ay, Antonio!
Perdidos estaríamos si de tu mano, herrero,
Las palabras forjadas se olvidaran
De tu mente y de tu mano
Se esculpieron tantos poemas
Que no viven sólo en papel.
Tus versos, juglar maestro,
Recorren tus tierras como el viento.

¡Ay, Machado!
En mi corazón moran,
En mi cabeza sueñan,
Son tus palabras verdad,
Parte de mi felicidad.

¡Ay, Don Antonio Machado!
No imaginaste tanta gloria.
No imaginaste tanto honor.
Que ya no son tuyos los poemas,
¡Gran fortuna! que del pueblo son.