ALEJANDRO ALONSO CABRERA

Londres, 6 de Diciembre del año de Nuestro Señor 1885


Querido y estimado amigo Ayrton:

Te escribo la siguiente con el fin de poner en tu conocimiento los extraños acontecimientos acaecidos durante mi viaje a Worthing. No es mi intención que obres, de ninguna manera, en consecuencia; tan sólo que entiendas cuál es ahora mi situación y de cómo he llegado a ella, y por qué haré, lo que haré en un futuro, supongo, no muy lejano.

Como recordarás, el pasado domingo día 22 de noviembre tuve que desplazarme irremediablemente a Worthing. Sabes lo poco amigo que soy de los viajes, pero la repentina muerte de mi tio Alvort era un acontecimiento al cual debía asistir. Llevaba varios meses postrado en la cama, siendo visitado día sí y día no por el médico del pueblo, un hombre inteligente, audaz y dotado para la medicina llamado Cordell. Así pues, el domingo por la mañana recibí la llamada de Brunke, su mayordomo: mi tío estaba agonizando y deseaba verme lo antes posible. Preparé las cosas para un viaje rápido, cosas imprescindibles, cuatro camisas, cuatro pares de pantalones, tres chaquetas y cuatro chalecos, mudas, calcetines, dos abrigos, zapatos, paraguas y el aseo. Mandé preparar el coche y te envié la nota con el motivo de mi viaje. Han pasado 13 días desde entonces. Sé que sabes que regresé el jueves 26 y desde entonces no sabes más de mí, ni contesto a tus llamadas, ni mis criados atienden a tus ruegos en la puerta. Espero que tras leer ésta entiendas el por qué.

Al llegar a casa de mi tío, apenas entré, oí los quejidos provenientes del dormitorio. Quedé horrorizado, no eran lamentos, no eran llantos de dolor, era algo más profundo, algo más sobrecogedor. No puedo quitar de mi cabeza aquellos gritos. Corrí a la habitación, pero una mano me detuvo delante de la puerta. Cordell me bloqueaba la entrada. “Espere”, me dijo, “no entre aún, entiendo que usted es Rodland, su sobrino”. Asentí entre jadeos. Los llantos traspasaban la puerta como si ésta y las paredes no existieran. Miré extrañado a Cordell, el corazón me palpitaba y la respiración se me aceleró. Al ver mi cara descompuesta Rodland trató de calmarme y me explicó que no debía pasar mientras mi tío estuviera en ese estado, no era conveniente verle incluso para él. Le interrogué sobre el estado de mi tío, pero sus palabras ni afirmaban ni negaban nada, no sabía decirme cuál era su estado, podría morir hoy o mañana, lo mismo que dentro de un mes, aunque mi tío tenía el convencimiento de que sería hoy. Pero ¿de qué mal estaba aquejado mi tío? Hacía meses que un caballo le había tirado al suelo, un hombre de su edad no debía montar a caballo. A partir de ese día es como si hubiera perdido la cordura, hablaba de personas que no estaban, de seres que le vigilaban y le decían cosas, veía cosas que el resto no entendíamos. Pero no estaba loco, aún no, era el mismo hombre que todos conocíamos. En las tardes, entrando en la noche, es como si alguien o algo se apoderara de él y se trasformara en otra persona. Tenía miedo, él, que nunca fue temeroso de nada ni nadie. Su criado debía aguardar toda la noche con él, así días y días, meses.

Por fin se calmó mi tío y pude pasar a verle. Sus primeras palabras fueron: “No sé si tu celeridad responde al deseo de verme muerto, o la necesidad de compartir mis últimos minutos de vida, en cualquier caso, y en ausencia de cualquier otro pariente, debo confiarte un secreto”.

No fui nunca del agrado de mi tío, ya sabes las diferencias que teníamos, pero yo, Rodland, era su única familia. A primera vista, mi tío, no parecía estar en su lecho de muerte, envejecido y cansado sí, pero no agonizante. Me senté en una silla al lado de su cama, en espera de oír su confesión, su secreto. “¡No te sientes! Y cierra la puerta, lo que he de contarte es sólo para tus oídos, o quieres que todo el mundo se entere! Salté de la silla como un resorte, y cerré la puerta, mientras Cordell parecía asentir con la cabeza, como queriendo decir: “No le contraríes”. Volví a su lado y le interrogué con la mirada, esbozó una sonrisa, yo diría que irónica, como si estuviera riéndose de mí, como si quisiera torturarme, alargar los segundos para hacer más intensa la espera. Nos miramos un rato hasta que por fin me dijo: “Quita esa cara de hipócrita preocupación, que tan sólo me muero, que la muerte es algo natural y también puede ser hermosa”. ¿Cómo podía decir eso? La muerte es el fin de la vida, es donde acaban nuestras alegrías, donde dejamos de ver y sentir a los seres queridos. No encontraba explicación a sus palabras. Intenté decirle que aun sin llevarnos bien, le tenía aprecio y respeto, como así era, sobre todo mucho respeto; representaba al icono de la familia, cosa que yo jamás lograría alcanzar. Se rió mucho durante un buen rato, a carcajadas estruendosas, pero aunque me tenía en ascuas con lo del “secreto”, no pude preguntarle por ello, no quería dar la impresión de estar ahí con él por puro interés. “¿Qué? ¿No me preguntas por el secreto?”, me dijo, como si leyese mi mente. “Lo siento, se me había olvidado”, le repliqué, a lo que él me contestó: “¿Olvidado? ¿Has visto algún pelo negro en mi cabello? Los pelos blancos que tengo son de la experiencia, que los tiñe la sapiencia con ese color para distinguir a las personas, ¿De qué color es tu pelo? ¿Tienes pelo?”. Eso último fue hiriente, ya sabes que mi cabeza está despejada desde hace muchos años y no debería afectarme, pero el comentario me molestó. Me armé de valor y le pregunté directamente por su secreto. “¿Mi secreto?”, me preguntó, y sin esperar respuesta prosiguió: “No sobrino, no es mi secreto, es el secreto de los Periwinkle”. Un secreto que ha pasado de generación en generación, y será ahora tu legado, quieras o no”. Hizo que me acercará a él, y susurrando a mi oído pronunció una especie de letanía. Juro que no entendí palabra de lo que me decía, en aquel momento no, ni siquiera pude repetir o recordar algo de lo que me había dicho.

Tras unas horas, le dije que debería de cambiarme pues aún estaba con la ropa del viaje y estaba incómodo. No dejó que abandonara la habitación, sí permitió que abriera la puerta y llamara a Brunke para que me trajera todo lo necesario, incluso comida. “Está cerca”, repetía continuamente, “está cerca”. No hablamos más, me acomodé en un sillón a los pies de la cama de modo que nos pudiéramos ver, pero un sopor y un cansancio me invadieron. Desperté por la mañana, al amanecer, y vi a los sirvientes de mi tío alrededor de la cama. Rodland también estaba, los miró y asintió con la cabeza. Mi tío acababa de fallecer. No puedes imaginarte, querido amigo, la sensación de vergüenza y ridículo que me invadió en aquel momento. Había estado velando a mi tío toda la noche, y, sin contar conmigo, se fue. No hubo en mí pena ni amargura como en sus criados, los cuales lloraban y se abrazaban tristemente. Se dispuso el velatorio y se organizó el funeral.

No quiero detallar cómo fue el velatorio, más que nada porque tan sólo un puñado entre vecinos y amigos asistió. Por serte sincero, los criados, el médico, el cura, y cuatro “amigos”, y cuando digo cuatro es que fueron cuatro. Gracias a la señora Lorraine, la cocinera, me enteré de que hace años hubo una disputa por unos caballos, el pueblo contra mi tío. Desde entonces pocas o ninguna palabra se ha cruzado con sus convecinos.

El funeral fue más de lo mismo, los mismos asistentes al velatorio fueron los que estuvieron en el funeral. Sí vi, de camino, tanto a la iglesia como al cementerio, ojos tras las ventanas, que los supongo cotilleando, tal vez alegrándose de la muerte de mi tío. Ganas tuve de alejarme de aquel espanto, pero había que ordenar los papeles de mi tío, así como hacer lectura de la herencia. Tenía prisa por irme, llevaba tres días en Worthing y ya sentía que sobraba. Llamamos al notario para que al día siguiente hiciera lectura de las últimas voluntades. La casa parecía un desierto. Los sirvientes se habían atrincherado en la cocina, dejándome el resto de la casa para mí. Exploré habitación por habitación, cajones, armarios, libros; nada atraía mi atención y nada me quitaba la extraña sensación que se había asentado desde mi llegada a la casa. Aburrido, cansado, me dejé caer en un sofá de la biblioteca. Sorprendentemente, Brunke apareció con una copa de whisky, se acercó a mi, y ofreciéndomela, me dijo: “A estas horas el señor solía tomar una copa mientras leía alguno de los libros”. ¿Qué libro? le pregunté, y Brunke, miró fijamente hacia uno de los que sobresalía ligeramente de la estantería, y me pregunto: “Últimamente aquél. ¿Desea el señor que se lo acerque?” Pero no le dí tiempo, salté como una exhalación hacia él. Tome el libro en mis manos y volví al sofá. Para entonces Brunke ya había vuelto con el resto de los sirvientes. En aquella soledad paladeé un trago de whisky y al posar la copa mi mano tembló. Entonces leí el titulo del libro, “Espectros”, de un tal Henrik Ibsen, un noruego creo recordar. Me lancé a devorar aquel libro por saber que le atraía a mi tío, por intentar descubrir, indagar, saber algo de su secreto, ahora mi enigmático y abstruso secreto. Creí que el libro, con aquel título, me adentraría en un relato revelador y, tal vez, escalofriante. Nada más lejos de mi imaginación. Es una obra de teatro, juro que la leí entera. Ahora bien, no sé qué relación puede existir entre esta obra y mi tío. Te haré un breve resumen, o más bien, las conclusiones a las que he llegado. Los personajes de esta obra se ven sometidos a una moral hipócrita y caduca, sus actos se ven subordinados al orden establecido, y critica la acción de la iglesia por ser perniciosa para la vida de las personas. La protagonista, fíjate, ¡una mujer! se ve derrotada por los mismos principios por los que ha dirigido su vida. No veo similitudes entre la obra y mi tío, él siempre hizo lo que le dio la gana, sin importarle nada ni nadie, he ahí la razón de nuestras diferencias. La lectura no desveló nada, sin embargo hizo que el tiempo se me pasara, ni tan siquiera me di cuenta cuando Brunke volvió para llenarme la copa y me dejó un plato con unas galletas. Suficiente para encarar la noche. Subí a la cama y me dejé caer en ella. Poco tardé en caer dormido.

A la mañana siguiente esperé impaciente la llegada del notario. Los criados, pese a los intentos de disimulo, también estaban intranquilos. No sabían cuál sería su nueva situación. A las 9:00 a.m. llegó el notario, Brunke le hizo pasar a la biblioteca, y una vez todos allí reunidos dio lectura al testamento de mi tío. Diré que el reparto me pareció justo, tampoco podía quejarme, y más cuando no esperaba que mi tío fuera poseedor de tal fortuna. Sus sirvientes recibirán una asignación anual de 560 libras y 45 chelines durante 10 años, también se quedaron con la casa, digamos que la guardarían, aunque yo podía hacer uso de ella cuando quisiera. Y el resto de su fortuna, lógicamente, queda en mi poder, con la única salvedad de que debo contribuir al bienestar de la comunidad de Worthing en la forma que yo desee, y para eso, amigo, creo que necesitaré tu inestimable ayuda y la de Dios. Creo que todos quedamos justamente recompensados.

El jueves 26 decidí regresar a nuestro Londres, no sin antes despedirme de los sirvientes, de Cordell y del notario. Pasé un momento por el cementerio a presentar mis respetos a mi tío. Es curiosa la naturaleza, apenas hace veinticuatro horas que yace ahí enterrado y unas pequeñas amapolas parecen querer brotar.

Al fin en casa me dispuse a deshacer la maleta y ordenar los legajos de mi tío. No lo querrás creer, pero entre las cosas que me traje de mi tío ha aparecido el libro, “Espectros”. Yo no lo he metido en la maleta, y no he dejado a Brunke que me ayudara. Pensé: “Qué cabeza la mía”, pero haciendo memoria, el libro había quedado en la mesita de la biblioteca, yo no había metido el libro. Me hizo ilusión tenerlo, más como recuerdo de mi tío que como lectura. Al llevarlo a la biblioteca se me resbaló de entre las manos, abriéndose al azar, pero había algo en lo que antes no había reparado. Tras la solapa había algo escrito. Yo no sé noruego, pero creo que ese galimatías es noruego, intentaré trascribirte el texto, aunque dudo que tú sepas noruego.

kan ikke våkne opp å våkne opp som du kan ikke sove den sovende. På den tiden verdens skjærer og hva var usynlig nå er synlig. Krysser ikke angre.

Creo que esas fueron las palabras que mi tío pronunció a mis oídos, las mismas que no entendí, y ahora sé el por qué. El caso es que leí una sola vez la frase, pero por alguna razón que no he llegado a comprender, se quedó grabada en mi mente, es más, parecía como si esa letanía tuviera que repetirla inconscientemente. Pensé que eso le había llevado a mi tío a la locura. Incluso, he de decirte que fui varias veces a la biblioteca a leer aquella frase y cada vez que la leía alguna palabra se descifraba para mí. El resultado es el que te detallo:

“No puedes despertar al despierto al igual que no puedes dormir al dormido. En ese tiempo se cruzan los mundos y lo que fue invisible es ahora visible. No lo cruces o lo lamentarás”.

Ahora entiendo el por qué mi tío, al finalizar la tarde y entrar la noche, se ponía como se ponía, él había cruzado ese umbral, había logrado unir en el mismo punto los dos mundos. El podía estar en medio de los dos mundos, contemplado y siendo parte de uno o de otro, o de los dos a la vez. Pero ¿cómo lo logró? No hay misterio en ello, los Periwinkle arrastramos una extraña maldición, heredada por generaciones, y yo soy el único bastión vivo que queda ella. Conmigo se cierra el círculo, se acaba la maldición. Recuerdo haber oído hablar a mis padres de “aquello” cuando yo era niño; la verdad, yo no prestaba mucha atención, pero sí que alguna vez les oí hablar de la maldición, de cómo su tío-abuelo Gabriel o Theodore, su primo de Cliff End, perdieron la razón para más tarde morir.

Recuerdo a mi padre, sé ahora que aquel accidente no fue tal, que aquella salida de su caballo por los acantilados de Brighton, no fue un accidente. Ahora lo sé, tengo clara cuál fue la intención de mi padre y también sé que mi tío Alvort no cayó del caballo por accidente, ambos eran consumados jinetes, quisieron perder la vida, poner fin a la inevitable dolencia que se les atormentaba, y creo firmemente, que llegado el momento, yo haré lo mismo, momento que, creo, es inminente.

De momento amigo Ayrton, no deseo tu compañía, ni hablar con nadie, en esta soledad esperaré paciente la visita de mi maldición, sirva esta misiva como una forma de corresponder a tu fidelidad. Espero tus letras en respuesta a estas mías.



Tu amigo Rodland Periwinkle





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