JUAN LÓPEZ TRUJILLO

RELEYENDO VIEJOS PAPELES


Siempre he querido cantarte, pero ni encontré las palabras, ni supe templar mi lira.

Quise hacerte un ramo de versos, ponerlos en tu regazo y que así se remansaran y tuvieran sentido, calentado con los latidos de tu joven corazón, pero poco a poco se fueron marchitando como las flores de otoño que bordean los caminos.

Nunca fui invitado a la fiesta de tus besos y solo de miradas requisadas, pude irme adentrando en la negra y caliente profundidad de tus ojos.

Apenas supe del aroma de tu cuerpo, al serme negada toda proximidad, alguna presencia, estando siempre bordeando el abismo de ese precipicio al que se asomaban mis deseos.

MATÍAS ORTEGA CARMONA

HABLANDO CON IRENE

EL MAR

- Abuelo ¿Por qué miras tanto el mar?- preguntaba la pequeña Irene.
- Mi querida nieta –contestó su abuelo–, el mar es azul como tus ojos, tranquilo como tu sueño y también bravo, como tú cuando te enfadas.
- Las olas vienen y van y me traen tu recuerdo cuando te tengo lejos, su rumor es como tu risa, entra dentro de mí como la música y da paz a mi espíritu.
- Abuelo ¿Por qué aquí el mar tiene dos orillas?
- Verás, mi tesoro, el mar que conoce y baña la costa de multitud de países cuando llegó a Galicia se enamoró de esta tierra, tuvo envidia de los ríos y como éstos quiso penetrar dentro de ella.
- ¿Y el mar siempre es azul? – dijo la niña.
- El mar es un espejo en el que se mira el cielo, en él se refleja su color, que cambia del nítido azul al gris de la tempestad, puede ser muy bello y también dar miedo hasta encoger el alma.
- Abuelo, si yo soy como el mar ¿también puedo darte miedo?
- No, querida mía, tú sólo puedes darme amor, aunque bien es cierto que podría sentir temor si te viese enferma o sujeta a cualquier peligro, sólo eso sumiría mi mar en horribles tinieblas.
Rabindranath Tagore nos dejó una magnífica obra literaria de la que yo destacaría sus relatos breves. Cuentos que partiendo de una elaborada sencillez exaltan en pocos párrafos todo un mundo de sensaciones en el que predominan los sentimientos.
Respetando estas pautas he llevado al papel una conversación algo imaginaria con esa niña, aun en camino, pero pronta a llegar, que es mi primera nieta a la que llamaremos Irene.
Estoy seguro de que la innata curiosidad de los niños y mis ganas por enseñarle mi mundo harán que esas conversaciones sean una práctica habitual.


Matías Ortega Carmona
Carnoedo 8 de octubre de 2010

MANUEL ÁNGEL ORTIZ MARTÍNEZ

ESPERANZA

Era un amanecer, cuando el Sol bañaba las sagradas aguas del Ganges, que Tagore habló con estas palabra.

La esperanza es el sentimiento que produce en el corazón humano el deseo de conseguir su sueño.

Dios es el origen de todas las cosas. Es energía infinita. El hombre, ser imperfecto, cargado hasta la saciedad de sentimientos negativos, deambula por su existencia anhelando la perfección. Sin embargo, no trabaja para conseguirla, ni siquiera se plantea ser feliz. Pasamos por este mundo lamentándonos de nuestras desdichas, sin valorar nuestros logros. ¡Ay si fuésemos ecuánimes con nosotros mismos! Se nos ha dado el don de la vida y no lo valoramos. El daño es la consecuencia de satisfacer nuestras vanidades.

Tagore seguía reflexionando mientras el Sol calentaba tenuemente ambas orillas del río. Se respiraba un aire con cierto olor a esencia de perfume. Algunos niños empezaban a despertar de sus camas, camastros que no eran más que las tablas de madera apoyadas en el suelo de unas viejas barcazas que flotaban en las caudalosas y mansas aguas del río sagrado.

¡Qué hermoso es ver la carita de un niño cuando sueña, cuando ríe y cuando juega! El alma infantil es la pureza hecha perfección. Aprendamos de los niños y nuestra vida será el edén. Porque donde se funde el mar con el cielo, donde la vida y la muerte sellan un pacto, donde los buenos deseos se confunden con la utopía, está un niño.

Y como los sentimientos no dependen de las clases sociales o castas, Tagore lloró. Lloró pese a que su humildad le hacía fuerte, sus logros le enorgullecen y sus llantos, que eran sus deseos no colmados, le apenaban.

Lloro por vosotros, hijos míos. Lloro también por ti, amada mía. Y lloro por mí. Pero no os preocupéis. Mi destino está escrito y sólo es cuestión de tiempo que llegue el momento de reunirnos. Por eso sigo creyendo en la esperanza.

Madrid, 19-10-10
MANUEL ÁNGEL

JOSE JULIO CUETO LOZANO

Ese Hombre
1

Nació donde vemos las estrellas diurnas, las olas que reflejan los rayos infinitos del sol.
Espumado el aire que mecía su melena y su cuerpo cubierto de su más sincera desnudez, caminaba en el lodo hasta encontrar la primera familia que le acogió.
Allí, llamó gozo al cantar de los pájaros y a los reinos que torneaban su silueta.
Aprendió; y desaprendió los buenos haceres y creyó en ilusiones infantiles de cuentos mágicos y torbellinos de candor.
2

Mi casco no prefiere humano alguno.
No, nunca quiso como quiere y sueña la gente.
Mi sueño es negro y laberíntico. Falto de guerras y sangre se mece entre silbidos de paz.
Toda la vida he sentido el condicionamiento por aquellos hombres sociales y de mal gusto, que no dejan de decepcionarme con sus pesadillas y orgullos.
Chabacanos son sus conflictos y fuera de felicidad sus resoluciones.
Pronto descubro que entre la germinosa multitud rebusco en semejantes. No entes que hubieran nacido de vientres calientes y con caracteres divergentes y desnutridos.
Así pues, comienzo un periplo de indagación en el hombre natural y bello.
Y si un rayo de amargura atravesase su pelaje, arrancaré con seda de mi alma, abrigo de caricias de amor sincero.

PEPA RUBIO BARDÓN

              AUSENCIA

Estoy triste es primavera y no estás
mis ojos de luto te buscan en la niebla
mientras el faro lanza estornudos de luz
espero descubrir tus pupilas profundas como el mar
sumergirme en ellas bucear bajo la espuma de sus olas
te sueño cabalgando sobre verdes praderas
salpicadas de flores que se enredan en tu pelo azabache
percibo tu intenso perfume de esencia violeta
como manto de lluvia que amanece sobre las madreselvas
deseo tu calor el roce de tus labios
el rumor de tus palabras y tus elocuentes silencios
busco espero sueño percibo deseo
daría la primavera por tenerte


             ENCUENTRO

Nuestras miradas se encontraron al fin
era de noche y se hizo la luz
el aire tibio olía a glicinias
sus racimos malva vistieron de alivio la aurora
las luciérnagas perezosas señalaban el camino
nuestras cálidas manos fueron una sola
cerramos los ojos para sentir el fuego entre los dedos
el tiempo se detuvo
el extremo silencio se quebró
con los sonoros latidos de nuestro corazón



Oviedo, 10 del 10 del 2010.
Pepa Rubio Bardón.

HOMENAJE A JEROEN ANTHONISZOON VAN AKEN (EL BOSCO)

Durante el verano hemos escrito sobre el cuadro del pintor "El Bosco" titulado "El jardín de las delicias", intercalando en los textos las palabras "caramanchón", "nebreda", "colaire", "sesquiáltero", "tendal" y "catetómetro".
Hemos recopilado 11 relatos a los que hay que añadir otro que, si bien no se ciñe al cuadro, ni a las palabras propuestas, sí tiene un gran interés por estar basado en un hecho real.
Deseamos que disfruten con estas lecturas.

LUIS PARREÑO GUTIÉRREZ

AL COLAIRE DEL TENDAL.


Acababa de dejar mi última lectura, un artículo sobre las posibilidades de vida inteligente en el universo. Su autor hacía una sencilla ecuación: tantos millones de galaxias, tantos miles de millones de estrellas, tantos planetas, tantas posibilidades de vida inteligente...

La distancia a recorrer entre ellos, medida en pársec (millones de años-luz) dejaba claro que de existir vida, no sería apenas posible que nos encontráramos en el Universo con seres semejantes a nosotros, etc.

Un poco confuso, meditando sobre la soledad estelar, me dirigí a la ventana de mi estudio y me encontré con una sorpresa alucinante. Alguien estaba dibujando en la pared del edificio de enfrente un grandioso mural con imprecisas figuras esbozadas, lleno de colorido, en fin, un perfecto caos ordenado que diría el filósofo de guardia.

*** *** ***

GUILLERMINA CASTAÑÓN

OTRO BASTA YA

Era medianoche, se disponía a retirarse a su habitación. Antes de subir las escaleras echó un vistazo para cerciorarse de que todo estaba en orden. Una vez en la parte alta de la casa, también como de costumbre, se percató de que salía luz por debajo de la puerta de las habitaciones de sus hijos…….pensó: ¡Que alegría!, están en casa.
El país estaba revuelto y cada vez había más enfrentamientos en la calle: los jóvenes y tambien los menos jóvenes no estaban de acuerdo con el rumbo que estaba llevando el país. Lo que más le preocupaba era cómo su marido se iba envenenando día a día hasta el extremo de poder enfermar por todas las cuestiones que se estaban viviendo y otras muchas que estaban por venir. Por eso y tantas otras cosas se sentía feliz cuando su familia estaba en casa.
Una vez en la habitación observó que su marido dormía placidamente, pero su tranquilidad duró poco, pues en ese momento se oyó un estruendoso ruido en toda la urbanización despertando de un sobresalto Andoni, su marido. Se levantó rápidamente y abrió la ventana: ¡Qué pasa!... gritó y pudo ver cómo unos individuos estaban forzando a un vecino y con la resistencia de éste estaban dando fuertes golpes en las puertas de la entrada a la urbanización con el coche. Bajó rápidamente y antes de abrir la puerta de la calle, dio media vuelta, entró en el despacho, abrió el cajón derecho de su escritorio y cogió la pistola.

Mª EVELIA SAN JUAN AGUADO

EL CUARTÓN

Todos los miembros de la familia lo llaman “el cuartón” –por su tamaño- y tienen relación con él. Es un camaranchón, sesquiáltero como toda la casa, un mundo singular, desligado en parte del resto y dotado de vida propia. El suelo es de tabla sin barnizar y las paredes enfoscadas de cemento. Atraviesan el techo unas robustas vigas de madera muy oscura, a gran altura. Recibe el sol de la mañana a través de una ventana baja que se abre al tejado del taller.

Allí conviven en armonía miles de objetos dispares que alguna vez acompañaron a los dueños en su diario afán y luego quedaron a la espera de una nueva oportunidad. Destaca desde la entrada la cama azul de barrotes de madera, construída hace más de sesenta años por el señor Nebreda, experto en la materia, destinada ahora a conservar los colchones de lana que hace más de veinte años fueron sustituídos por otros de espuma o de muelles. A la señora Nebreda le daba pena desprenderse de ellos, después de tantos años de abrirlos todos los veranos, extenderlos al sol, varear los vellones, remendar la tela o poner una nueva, coserlos y ponerles las cintas anudadas en lazada. Toda la vida “escomulléndolos” a diario al hacer las camas, le parecía imposible que pudieran ser mejores los modernos y por eso se había resistido a cambiarlos. Hacía mucho tiempo que esta cama ya no era usada por los chiquillos cuando llegaban las fiestas del pueblo. Los invitados comían y cenaban, pero ya no se quedaban a dormir como en otro tiempo.

JOSE CUETO

Homenaje a El jardín de las delicias del Bosco.


Comenzando por la nebreda que se extiende cual muro frente a mis ojos, compongo el verso creador, la primera palabra y la imagen del nubarrón de delicias que recorren mis neuronas inquietas e imaginativas. Aún veo por encima de tales hojarascas dos ojos extraños, oscuros y desviados.
Siento el chapoteo de varios necios en los charcos mientras mi hermana trata de decirme algo. Me agacho, pero apenas atiendo a lo que me dice. Aquella enorme cabeza de búho acaba de girar un sesquiáltero y tengo los nervios a flor de piel, me está dando la nuca como si de una señal de tráfico emocional se tratase.
-Ve y observa aquellas aves grandiosas y hermosas, hermano… Pero evita mirar a estos desnudos encapuchados cual medusa transparente, ¡quedarás ciego!
El contrato de fraternidad entre nosotros me obliga a hacer caso de mi imitadora de eremitas, filósofa sin rumbo y delicada hermana.
Vadeo por un pequeño colaire los preciosos enebros y aparezco ante un tendal de figuras colgadas concéntricas a un estanque; desfilando, montando, cogiendo y riendo animales abestializados y domésticos.

ANA DOMINGO MARTÍNEZ

≈ ABRE TU CORAZÓN ≈

La mecedora se balanceaba suavemente. Sentado en ella, Jerónimo acogía en sus manos una cámara fotográfica anticuada. Con esmero y pulcritud todos los días la examinaba. Siempre estaba a punto para hacer saltar su disparador y con un solo clic captar aquellas imágenes que le motivasen.

Se oyó el motor de un coche. Alzó la cabeza para divisar a través de la ventana. Jerónimo se levantó de la mecedora y ésta se quejó para después de un rato pausar. Como todos los veranos, venía el pequeño diablillo, su nieto Nicolás a pasar la temporada con él. Lo esperaba con mucha ilusión.

Abrió la puerta sin decir nada y sintió alrededor de su cintura unos bracitos. Eran momentos inolvidables para este anciano. Pasaron dentro de la casita, su hija Juana junto con su marido Imanol, Nicolás a toda pastilla y Jerónimo. Charlaron buen rato en el acogedor salón, mientras el chiquillo no paraba de corretear por todo el pasillo cuando de repente, llamándole la atención una puerta cerrada que había arriba del todo, al finalizar las escaleras, tropezó y cayó de narices contra el suelo, lloriqueando a moco tendido. Alarmados, fueron a ver lo que había pasado e intentaron calmarlo. Decidieron ir a merendar -y así olvidar el susto- lo que habían preparado en un gran cuenco a base de fresas, cerezas, frambuesas, madroños y melocotones. Ya entrada la noche fueron a acostarse, menos Nicolás y Jerónimo. El niño quería permanecer más rato con su abuelo y así tener la oportunidad de preguntar qué era aquella habitación de arriba, “la culpable de su caída”.

Mª IGNACIA CASO DE LOS COBOS GALÁN


EL GRAN PUZZLE

Aquél verano estaba dando sus últimos coletazos. Hasta el sol palidecía y el viento daba sensación de frío; el mar se había puesto bravo, con grandes olas que saltaban el malecón. Nos tenían prohibido acercarnos allí porque todos los días volvíamos con un gran remojón.
Pasamos por una nebreda sin saber qué hacer. El cielo amenazaba tormenta y no era divertido estar deambulando por las calles.
Por fin nos decidimos: fuimos a casa de mi abuela a la que rogamos nos dejara subir al caramanchón. Siempre nos ponían trabas, por lo que era un reto para nosotros. Habíamos oído contar truculentas historias ocurridas en lugares semejantes.

MARÍA DEL CARMEN SALGADO ROMERA

LA FOTO

Septiembre se adueño de mí, y yo me adueñé de su piso.
Casi sin pensar.
Una transacción rápida, necesitaba el dinero.
Deudas de juego, supuse.
Y se marchó sin llevarse las paredes.

Unas paredes extrañas, salpicadas de fragmentos de El Jardín de las Delicias.
Repartidos por el salón, hombres, mujeres, animales y frutas desnudos.
Sí, todos desnudos. En relieve, pintados de vivos colores.
A tamaño real.

MAR CUETO ALLER

DESCENDIENDO
Cuando abandonamos el planeta Edenia sabíamos que dejábamos atrás un mundo de bienestar, plenitud y abundancia insuperables. Aún así, en nuestra inconsciencia, íbamos llenos de esperanza y de expectación. No guardábamos rencor al consejo supremo por habernos desterrado. Sabíamos que no les había quedado más remedio. Nuestra obstinación era la causante. Estábamos muy agradecidos de que en lugar de destruirnos, como estaba en su poder, nos hubiesen facilitado la nave necesaria para nuestra completa supervivencia. Intentaron por todos los medios de disuadirnos. Pero todo fue en vano. La duda había germinado dentro de nosotros y ya no podría ser exterminada. Recuerdo las interminables charlas con las que trataron de reeducarnos. Y cómo, vez tras vez, frustraron todos nuestros intentos de rebeldía.
-¿Cuál es la razón de que deseéis ir contra la libertad preestablecida?-Nos preguntaban intrigados.
-Deseamos saber qué se siente al hacer lo contrario de lo habitual-contesté con sinceridad.
-¿Para qué? Si lo habitual está comprobado que es lo mejor para todos nosotros. Y según los estudios que constantemente efectuamos ya se ha demostrado que los cambios son necesarios. Pero deben instituirse paulatinamente, de modo que la adaptación sea lo menos traumática posible y se asegure el éxito y la ausencia de fracaso equilibradamente.

JESÚS SALGADO ROMERA

LA CREACIÓN

Desperté lentamente. Abrí los ojos sintiendo calor, tenue y reconfortante.
Una suave luz anaranjada me rodea.
Muevo los brazos. Chocan con una capa flexible. La analizo visualmente; la palpo: es una membrana de materia orgánica que forma una burbuja a mi alrededor.
No sé qué puede haber al otro lado de esta translúcida crisálida.
Estoy débil y siento cómo mis fuerzas flaquean.
Mis párpados pesan, mis brazos quedan cruzados en mi regazo; el cansancio se transforma en un adormecimiento que se apodera de mi mente, y me sumerjo en él.
Silencio, calor reconfortante, placidez.

PEPA RUBIO BARDÓN

NADA ES LO QUE PARECE

En las vacaciones de verano, los primos nos reuníamos en casa de los abuelos, y una de nuestras distracciones favoritas era inspeccionar el caramanchón y convertirnos en improvisados detectives, con la ilusión de hallar un gran tesoro. Nada escapaba a nuestra curiosidad y control. Hacíamos un minucioso registro y no dejábamos títere con cabeza. Nos llamaban especialmente la atención las fotografías antiguas. En la mayoría de los casos no conocíamos a los retratados, que se convertían en protagonistas de historias disparatadas o truculentas, que provocaban un coro de risas o una desbandada general.
Nuestro interés se centraba sobre todo en un baúl de metal, con dibujos dorados y azules, forrado en raso, que la abuela había traído de Córdoba-Argentina. Contenía un sinfín de objetos: guantes de ganchillo, tocados, sombreros, carteras de mano, vestidos de gasa y encaje, prendas de terciopelo, zapatos de tacón que hacían las delicias de las niñas a la hora de los disfraces.

ALEJANDRO ALONSO CABRERA

Madre

La mañana levanto airón, era normal en aquella época del año, pero día sí y día también llegaba a cansar. Había quien decía que aquello era bueno, que la naturaleza era sabia y que para algo servía. ¿Para qué? Me preguntaba yo, ¿para qué? Era más molesto que otra cosa y, desde luego, yo no le veía utilidad alguna, si acaso para molinos de vientos que no había en el lugar. No tengo recuerdo de otro tiempo igual, y eso que con aquella edad los recuerdos estaban bien frescos; ahora me cuesta traerlos, no sé si por el propio olvido o por el cansancio de la edad.
Ver a mi padre moviendo los trastos del camaranchón me dejó perplejo, no era hombre de labores domésticas. Quizá buscaba algo, no sé, tal vez mi madre le mandó, el caso es que buscaba y estuvo un buen rato revolviendo, moviendo las cosas de acá para allá, bajaba y salía de la casa, miraba desde el exterior y volvía a entrar, subía de nuevo y continuaba la búsqueda. A mí me tenía en ascuas, jamás le había visto así, no estaba exaltado ni cabreado, tampoco tenía cara de preocupación ni desespero. Era, mi padre, más bien un hombre tranquilo, incluso fue capaz de mantener la calma cuando la cuadra fue pasto de las llamas. Consiguió sacar al ganado y recuperar casi todos los aperos, apagar el fuego fue otra cosa, pero supo organizar a los vecinos para que aquello no se extendiera. En una de esas bajadas y salidas de casa, en vez de mirar la casa posó su mirada sobre mí. Me sentí un tanto temeroso. Avanzó con paso firme hasta donde yo estaba. Realmente yo no había hecho nada, había estado toda la mañana fuera de la casa, le había dado de comer a las pitas y los gochos y había limpiado un poco, después me senté bajo un exiliado árbol que debía pertenecer a la nebreda de tras el monte. Cuando mi padre estuvo frente a mí me preguntó

MATILDE RAMÍREZ ARANDA

RECUERDOS FAMILIARES

La pequeña Juana vivía en un diminuto pueblo, en la provincia de Teruel. Uno de esos pueblos donde nunca pasa nada, y donde casi no vive nadie. Era una de las pocas niñas que correteaban por las calles, jugueteando con el repiqueteo del eco de sus pasos; pero, acostumbrada a estar sola, no desfallecía jamás en su afán por divertirse y aprender cosas nuevas, futuros soportes de sus fantasías.

Para pasar el tiempo, su madre le había permitido, tras su reciente noveno cumpleaños, escarbar en el polvoriento caramanchón de la vieja casa familiar. Allí, junto a viejos trillos y arados, martillos, hachas, y herramientas de todo tipo, incluso un catetómetro había, encontró su pequeño tesoro. Un libro enorme, de aspecto ancestral, encuadernado en cuero ennegrecido por el uso y el tiempo, que sabe Dios de quién sería, ya que ni su abuelo Paco, que era el depositario de los recuerdos e historias de familia, tenía claro a quién había pertenecido.

En las tardes de primavera, Juana gustaba de acompañar a su madre a preparar el tendal. Allí, detrás de la casa, al colaire, secaba antes la ropa. Y mientras su madre tendía, ella, tumbada en la hierba, que crecía abundante junto a la vereda que conducía a la nebreda, escudriñaba con afán su hallazgo.

No terminaba de entender con claridad algunas cosas, y la proximidad de su madre le daba la oportunidad de preguntar: “Mamá, ¿qué significa sesquiáltero?, mamá ¿qué es rito? ó ¿por qué el tío Julián no tiene pegasos en las cuadras?”