JOSÉ CUETO

El hombre sin retrato


Caminaba por la gran ciudad, abrigado del frío y de las miradas de la abarrotada calle. Una gorra le protegía de la incesante lluvia londinense y la parte inferior de su rostro y el cuello estaban cubiertos por una neck gaiter de color ceniza. Las manos en los bolsillos de su chaqueta le daban un aire despreocupado y juvenil. No solía salir de su casa, pero ya hacía demasiado tiempo desde la última vez. Su cuerpo le pedía pasear bajo las oscuras y esponjosas nubes del Londres matutino. Quería volver a ver las bellezas arquitectónicas que se erguían en la concurrida ciudad, enamorarse de nuevo de sus iglesias y sus torres, de sus palacios y del enorme y grandioso parlamento. La torre de San Esteban, conocida popularmente como el Big Ben, siempre había ejercido un poder extraño sobre él. Se paró a observarla desde el puente.

Sacó su blackberry del bolsillo de sus modernos tejanos medio ajustados, resultado de encomendar a su nuevo sirviente que le comprase algo de ropa para la ocasión. Marcó distraídamente los números y llamó a Clyde, su amigo desde la infancia. Uno de los pocos amigos, por no decir el único. En la sociedad que le rodeaba se llevaba el colegueo y el falso afecto, sobre todo cuando a uno le veían como un personaje rico y manipulable. Además, no soportaba que la gente siempre le recordase su problema, enfermedad, deformidad o como quisiesen llamarlo. Todo eufemismo molestaba de igual manera.