MAR CUETO ALLER

LA SULTANA AVENTURERA
  Ananda era hija de la favorita del sultán de Kapurtala. Cuando nació en el harén esperaban que fuese un varón. Las demás esposas y concubinas se alegraron de que se hubiesen frustrado las expectativas. Auguraban que el todopoderoso dueño del lugar las repudiaría al enterarse del suceso. Tal como había sucedido con sus anteriores favoritas. Hubiesen acertado de no ser por un incidente inesperado que aconteció en el momento en que se decidió a darles la funesta noticia. No quiso enviar a un emisario en honor a los tres años de felicidad y espera que le había procurado la desafortunada madre. Aunque se sentía tan colérico que no se imaginaba que nada pudiese hacerle desistir de su decisión.
  Cuando se personó ante Mandala para desterrarla a la zona de la primera muralla del harén, donde se encontraba el refugio de los afligidos, le entró curiosidad por ver a la pequeña que llevaba en sus brazos. Destapó la sábana de seda multicolor que la envolvía y quedó sorprendido al ver la hermosa y tupida cabellera negra de la criatura. Idéntica a la suya. Sus rasgados ojos negros tenían un brillo especial como los de su madre. Poseía también unos pequeños y carnosos labios que le parecieron dedicarle una linda sonrisa. Por un momento sintió miedo de que la pequeña le cautivase y no tuviese valor para repudiarlas. Quiso saltar hacía atrás para alejarse de aquel ser que le hipnotizaba. Pero cuando se disponía a hacerlo la diminuta mano de la niña le agarró el dedo índice y se lo llevó a los labios como queriéndolo besar. Quedó totalmente desarmado y se olvidó de que su deseo era deshacerse de aquellas dos mujeres y buscarse otra favorita, entre los centenares que había en el harén, para que le diese un heredero.
  No pasó ni un solo día en que no visitase personalmente a su adorada hija. Mandó que la educasen en todas las artes según iba creciendo. Incluidas aquellas que siempre habían estado vedadas a las mujeres, como la esgrima, el tiro con arco y la equitación. No había capricho que no le concediese a la sorprendente princesa por inusitado que pareciese. Olvidó por completo que su deber era procurar a su sultanato un heredero. Aunque sus consejeros intentaban recordárselo continuamente, él les desoía, porque pensaba que nadie podría ser mejor para dirigir sus posesiones que su encantadora hija.
  Apenas tenía diez años Ananda cuando su padre enfermó notablemente. Le aconsejaron que eligiese un heredero entre sus parientes, a ser posible el que mejores facultades demostrase poseer, antes de que falleciese y sus enemigos se quisiesen apoderar de sus dominios. Muy a su pesar, tuvo que aceptar el consejo, porque veía que su final se acercaba.
  Antes de fallecer eligió como sucesor a un sobrino lejano, hijo de un primo, del sudeste de Pakistán. Tenía diecinueve años y destacaba por su aplomo, su gallardía al manejar el sable y su facilidad para domar caballos. Se llamaba Malik y era casi tan alto y apuesto como el viejo sultán en su juventud. Todas las esposas y concubinas, a excepción de Mandala y Ananda, se enamoraron de él a primera vista. Pues empezaron a idealizarlo y a atribuirle todas las cualidades que sus ociosas imaginaciones deseaban que poseyese.
  -¿Has visto, Mandala, lo joven y bello que es el nuevo sultán?-Le decían con complacencia e intención provocadora las compañeras del harén-¿No crees que él es demasiado joven para ti? ¿Y que tu hija es demasiado joven para él?
  -Desde luego-respondía orgullosa-nadie lo pone en duda.
  -Ahora ya no gozaréis de su favor como con el viejo sultán. Quizás hasta perdáis todos los privilegios que teníais por haber sido su favorita.
   -Eso es algo que sólo al nuevo sultán y a nosotras nos compete.
  -¡Bueno! Tampoco es para ponerse así…Yo sólo lo decía por si querías decirnos tu opinión.
  -Pues ya veis que deseo reservármela-dijo tajante- No se hable más del caso.
  Malik quedó tan sorprendido cuando vio por primera vez a Ananda que creyó estar viendo espejismos. Jamás había visto a ninguna mujer montar a caballo y menos disparando con precisión a la vez una flecha. Quiso alcanzarla corriendo a galope en su dirección. Pero la niña, al ser más ligera y montar la mejor yegua del palacio, resultó inalcanzable. Desde ese momento, quedó tan prendado de ella, que se prometió a si mismo que en cuanto se hiciese mujer la desposaría. Mientras tanto, como todo sultán, se entretenía diariamente variando de concubinas. Aún así pasaba mucho tiempo visitando a Ananda e informándose de sus progresos en todas sus aficiones. Ella reconocía que era atento y amable. E incluso se divertía cuando la acompañaba. Pero, no tenía ningún interés en ser su esposa. Ni tampoco en serlo de nadie. Le parecía horrible el ver cómo las mujeres se peleaban por despertar su atención. Y cómo él las rechazaba, a casi todas, vez tras vez. Pero lo que más desagradable le resultaba era el saber lo que se hacía con los varones que nacían en el harén. Sólo ella veía antinatural que se les convirtiese en eunucos. Aunque, en el fondo, a todas las madres les dolía que a sus hijos les practicasen tan dolorosa amputación.
  -Si yo fuese sultana-solía decir a las madres que se veían en la desagradable situación de entregar su hijo para que le practicasen la operación, tan dolorosa y necesaria, que le permitiría continuar viviendo en el harén- prohibiría la castración. No me parece justo que los demás hombres no puedan tener mujeres y que el sultán tenga tantas para él solo. ¿No os parece que tengo razón?
  -¡Calla, deslenguada! Sólo él tiene derecho, porque es el dueño de todo-le decían indignadas.
  -Pues que lo reparta, y así todos estaríamos tan contentos.
  -¡Como te oiga, te va a matar! Seguro que entonces te desterraría para siempre de todas sus posesiones.
  -Pues quizás sea lo mejor que podría sucederme. Empiezo a cansarme de tanta injusticia y tanto egoísmo.
  Aunque Ananda siempre exponía sus opiniones sin reparo ante todas las personas del lugar, se las reservaba cuidadosamente cuando se hallaba ante Malik. Sabía que él tenía a su favor todos los privilegios y todas decisiones que se le pudiesen ocurrir y que si quería contradecirle debería usar toda su astucia. Por ese motivo, cuando le dijo que ya le parecía lo suficiente mayor como para ser su esposa, le lanzó un tentador desafío.
  -Me siento muy halagada, mi señor. Pero antes de casarnos me gustaría que me permitieses ir a buscar “La perla Malasia de la verdad”. Dicen que sólo la persona más valiente del mundo podría conseguirla.
  -Mi querida niña, ésa es empresa para un varón, y creo que yo sería el más indicado para encontrarla. Pero no temáis, en cuanto la encuentre os la entregaré como regalo de boda.
  -Permitidme que salga en una expedición para buscarla y si vos la encontráis antes, hacédmelo saber tocando la caracola imperial para que regrese. De lo contrario, yo haré lo mismo sonando la mía, de ser yo quien consiga la preciada perla y os veríais en la obligación de buscar otro tesoro que estuviese a la altura del ya conseguido.
  Nadie comprendía el motivo de que el nuevo sultán permitiese a Ananda tantas libertades. Pero lo cierto es que por primera vez en la historia de Kapurtala se le permitió a una mujer salir del harén. Iba acompañada de todo un séquito de eunucos. Los más hábiles comerciantes, luchadores y exploradores del lugar. Estaban llenos de euforia, seguros de que vencerían al sultán y a su séquito, y con la ventaja de que sabían quién poseía “La perla de Malasia de la verdad”. Mientras que Malik y sus acompañantes con su arrogancia y su prepotencia no dudaron ni un momento en que serían ellos quienes conseguirían el botín.
  Ananda estaba tan fascinada ante los paisajes del desierto y de los oasis que estuvo tentada en fugarse y no regresar jamás al harén. Desistió de su deseo por temor a que su madre sufriese las consecuencias. Aunque, gracias a sus compañeros, consiguió hacerse con la perla sin grandes dificultades. Fue demorando el regreso, pero al final, le aconsejaron que avisase con la caracola y le demostrase al sultán que había ganado en la búsqueda.
  El sultán no se tomó muy bien la derrota. Era la primera vez en su vida que le sucedía tal cosa. Y para consolarse le dijo a Ananda que celebrarían en breve su boda. Ella volvió a retarle con otra competición. Le dijo que deseaba encontrar antes “La mágica ave multicolor parlanchina”. Malik nunca había oído hablar de semejante ave. Preguntó a los sabios y como le dijeron que aunque eran muy raras de ver sí habían oído que existiesen, partió en busca de ella y permitió que Ananda partiese con sus inseparables eunucos.
  La joven volvió a conseguir su objetivo para irritación del sultán. Pero cuando ella le regaló la graciosa ave y le saludó con sus roncas y simpáticas palabras se le pasó el enfado.
  -¡Viva el sultán favorito! ¡Viva el sultán favorito! ¡Viva, viva!
  Tras ese reto, llegó el de encontrar “El ojo de Visnú” que era un enorme diamante de deslumbrante pureza. Después “La planta devoradora”. A continuación “El sable de la victoria” y “El pez brillante de los mares abisales”. Tantas y tantas expediciones hicieron que cuando se quisieron dar cuenta, ya eran demasiado mayores para seguir con tales aventuras. Ananda se dio cuenta de que en el fondo amaba al sultán. Ya no le molestaba la idea de casarse con él. Y Malik de que no podría amar a ninguna otra mujer. Por ese motivo le prometió que concedería la libertad a todas las personas del harén, que podrían quedarse a trabajar en él voluntariamente. Nunca más se practicarían operaciones tortuosas en su mandato. Cosas que cumplió a rajatabla. Pero su sultanado no fue muy duradero.
Mar Cueto Aller

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