JOSÉ MANUEL SANTOMÉ BÁZQUEZ


TIEMPOS DE VALS


Cuando éramos muchachos tú yo y el mundo que nos envolvía pensábamos como tales. Alcanzábamos las más altas metas tan sólo con unir nuestras manos. Al igual que el príncipe feliz de Oscar Wilde estábamos dispuestos a darlo todo. A desprendernos de nuestro ser. Golondrina, golondrina, golondrinita: sácame el corazón, que es tuyo. Me pesa mucho de tanto amor. No me sueltes la mano; ahora no; no la sueltes nunca, amor. Quiero vivir en estado permanente de gracia, inmaculado, sin mancha mortal. Por ti, por mí, por nosotros. Vivir como nuestra madre nos trajo al mundo. Con los puños cerrados, aferrándonos a nuestra inocencia y llorando por temor a que nos la arrebaten.
¡Calla, calla! no digas nada. Por Dios, amor, no me interrumpas ahora que he comenzado.
Lo sabíamos, siempre lo supimos, por eso no hacían falta palabras. Estaba escrito en nuestras estrellas. Los Dioses se complacían y por eso no las apagaron.
Pensábamos entonces que era una vocación eterna. Un bautizo sagrado que confería la inmortalidad del alma; indestructible.

Yo un joven cadete, falto de su pierna izquierda y de su único corazón cedido por amor. Tú la bella bailarina que baila un vals sobre su caja de música. En su interior, con celo y a salvo se alberga esa ofrenda. Baila, baila para mí, dulce bailarina. La música suena. Mientras suene el tiempo dejará de existir. Si ya no existe será lo más cerca que estemos del infinito. Gira en tu danza en torno mío y enrédame en esos lazos que me unan para siempre a ti.

Recuerdo aquella velada. Interpretabas al piano ese nostálgico vals. Tú y yo conformábamos todo universo necesario. Con cadente ritmo aquellas notas nos lo confirmaban. Un; dos; tres; no hay nada más, un; dos; tres; la noche nuestra será. Las estrellas parpadearon también asintiendo. Y las noches fueron para siempre nuestras.
No llores más, amor.
No digas nada. Seca mi lágrima con tu primorosa mano. Yo enjugaré las tuyas con mis besos.
Son innecesarias estas palabras, estas letras. Siempre lo supimos, a cada momento lo veíamos reflejado en nuestras miradas.
Ambos estábamos unidos por ese vínculo, hasta el fin de los tiempos. Por la fuerza sublime, quizá por el fatal destino que nunca imaginamos llegara algún día.
Ahora en el invierno de nuestras vidas; resignado a lo inevitable; me aferro como el recién nacido a la eterna primavera de mi vida a tu lado.
Como en el cuento de Wilde en que la golondrina cayó exánime a los pies del príncipe. Mi golondrina bailarina; no quiero que tú lo hagas. Pero si la oscura dama te señala, quiero que sea en mis brazos. Notar cómo languidece tu cuerpo. Cómo se escapa tu alma. Sentir que tu último pulso es para mí.
Golondrina, golondrina, golondrinita, sujétame con fuerza las manos. Si no las sueltas iré contigo. Mi corazón lo tienes tú guardado; ¡qué iba a hacer aquí sin él!, sin alma… Sin ti. No te sueltes y así cumpliremos lo antaño pactado; con las estrellas, con el destino, con Dios. Lo conseguiremos. No temas nada y no permitas que se derrame ni una gota de todo el amor que hemos acumulado. Lo tenemos. La eternidad ya es nuestra.



José Manuel Santomé Bázquez



No hay comentarios: