MAR CUETO ALLER


La fantástica Lai-Chi


Lai-Chi no era la más bella de las princesas de su reino. Tampoco era quien mejor danzaba. Ni cantaba más armoniosamente que sus compañeras. Pero tenía una cualidad que la hacía imprescindible en todas las fiestas y reuniones. Su imaginación era tan portentosa que siempre cautivaba con sus relatos. Quizás no fuesen tan bellos como las leyendas escritas. Aunque ella ponía tanta emoción que resultaban mucho más interesantes. Y casi todos los que la escuchaban se creían que cuanto decía era cierto por muy absurdo que fuese.

En las cocinas de palacio disfrutaban tanto al escucharla que solían prepararle los más exquisitos pasteles de arroz y cerezas para que merendase con ellos y les contase historias. Ella les solía relatar la del Jarrón enamorado de la tetera. Que era la favorita de las aprendices. O la del cocinero sabio que preparaba una sopa de letras que volvía inteligentes a cuantos la comían. Siempre le mandaban que las volviese a contar, en sucesivas reuniones, y ella invariablemente añadía o cambiaba muchos datos. Unas veces, porque no se acordaba de todos los detalles. Y otras, para hacerlas más entretenidas.

A las tejedoras y modistas también les encantaban sus cuentos. Por ese motivo le reservaban los tejidos de seda más lindos y suaves. Y siempre le estaban confeccionando los más bellos kimonos inspirados en sus palabras. Para compensarlas, les contaba la historia de la reina de las mariposas que fue destronada por presuntuosa. O la de la capa de la verdad, que impedía mentir a todos los que la vestían o la contemplaban.

En una ocasión Lai-Chi, invitada a tomar sus pastelillos favoritos mientras narraba sus fantasías, comió tantos que se empachó. A la hora de la cena no podía comerse la sopa de aleta de tiburón. Pensó que si sus compañeras tampoco comían la suya la encargada del comedor no la castigaría. Y para que la imitasen se inventó una historia muy descabellada.

-¡No sé cómo podéis comer esta sopa!-Dijo fingiendo estar asustada- ¿No sabéis que este tiburón en realidad era una sirena?

-Ya estás con tus fantasías. Dijo Madame Li-Su que no te hiciésemos caso, que las cosas que dices no son ciertas. ¡Así que no nos líes!-La reprendió su amiga la princesa Loto-Li.

-¡Vale! Pues si no me creéis allá vosotras con vuestra conciencia…Yo desde luego no pienso comérmela. Después de saber que es una sirena este tiburón, mi conciencia no me lo permite.

-Pero, ¿cómo puedes creer que es una sirena? A mí me parece que es igual que la sopa que hemos comido tantas veces y que sabe tan buena.

-Porque era una sirena tan bonita, y que cantaba tan bien, que atraía a todos los pescadores. Ellos procuraban no cogerla nunca con sus redes. Pero cuando ella terminaba de cantar pescaban a todos los peces que podían de los que vivían por allí. Los supervivientes estaban tan hartos de que pescasen a sus familiares que llamaron a una maga para que la convirtiese en tiburón. Y tenemos que callar…-dijo poniendo el dedo en los labios para pedir silencio-, que se va a enterar la encargada y me va a castigar. Pues yo no pienso comer nada.

Las demás princesas se solidarizaron con ella y se negaron a comer. Además, como les insistieron en que no se acostaría ninguna hasta no terminar su comida, empezaron a llorar pues se imaginaban a la sirena en su plato y se les quitaba el hambre por completo. Aquella noche la pasaron en vela, hasta que conmovidos por sus tristezas les quitaron el castigo y les permitieron irse a dormir.

Pasaron varios días y volvieron a poner de cena la sopa que siempre les había gustado. Lai-Chi tenía mucha hambre, pues había estado cortando flores en el jardín para hacer centros florales y se le había abierto el apetito. Sus compañeras que no habían podido olvidarse de su historia de la sirena y el tiburón la miraron horrorizadas al ver que se disponía a comer sin quejarse.

-¿Qué estás haciendo, Lai-Chi? ¿No pensarás comerte a la sirena, verdad?-Dijo su amiga Loto-Li enfadada.

-Pero si estas son aletas de tiburón auténticas. Podéis comerlas tranquilamente. No son de ninguna sirena.

-¡Entonces! ¿Nos mentiste cuando nos contaste aquella historia? ¡No volveré a creerte! Ya me parecía extraño que fuese cierto.

-¡Lo era, lo era! -Dijo tratando de ser convincente-pero no sabía aún la historia completa. Ahora que ya he hablado con los enviados del muelle que suministran el pescado, puedo aseguraros que estamos comiendo tiburón auténtico.

-Eres una trolera. Y lo peor de todo es que por tu culpa hemos llorado todas y nos hemos llevado un gran disgusto.

-¡Lo siento, de verdad que lo siento! Para compensar os contaré todo lo que pasó por completo con pelos y señales. Prometo no omitir ningún detalle.

-Te escuchamos, pero no creas que te vamos a dejar que nos engañes otra vez.

-Yo nunca os engañaría ¡Veréis! Lo que pasó es que la sirenita al estar convertida en un tiburón fue apresada en las redes de los pescadores junto a éste de la sopa. Mientras se enredaban en su cuello y la estrangulaban empezó a cantar una canción muy triste. El eco del mar llevó su sonido hasta la cueva donde vivía la maga. Era tan bonito el canto que conmovía a todos los seres que la escuchaban. Tanto a los marinos como a los terrestres. Ella al oírlo, se arrepintió tanto de su hechizo que acudió rápidamente en su ayuda. No soportaba la idea de no volver a escucharla cantar canciones alegres jamás. Y sabía que si no la ayudaba el recuerdo de aquellas notas tan tristes la atormentaría toda la vida. Durante un momento no supo qué hacer. Si la convertía en una sirena normal, como siempre había sido, se la comería el otro tiburón que estaba hambriento. Y si la dejaba con ese aspecto la matarían los pescadores. Trató de pensar cuál sería la mejor solución. No se le ocurrió nada mejor que convertirla en una diminuta sirena, tan pequeñita, que al intentar comerla el tiburón se escapó entre sus dientes nadando de modo veloz. Pero al huir, su corona de oro quedo enganchada entre dos colmillos y él se la tragó. Por ese motivo tenemos que comer su carne con mucho cuidado para no tragarnos nosotras la coronita. Y quien tenga la suerte de encontrarla es muy probable que reciba su visita. Pues hasta que no la encuentre, no volverá a hacerse grande. ¡Así que amigas, comamos rápido y con mucho cuidado a ver quién es la afortunada!

Todas sus compañeras comieron la sopa de muy buena gana, pero con mucho cuidado. Creían ciegamente que podían llegar a encontrar la coronita y a pesar de que ninguna lo consiguió no se sintieron desilusionadas. Pues lo que más les molestaba no era no tener suerte, era que la tuviese otra de las princesas porque se le aparecería la sirenita sólo a ella.

Aunque los mayores se daban cuenta de la astucia de Lai-Chi para usar su fantasía en beneficio propio, pensaban que era algo inofensivo e inocente. Tenían razón, pues nunca lo hacía con mala intención y no se paraba a pensar en las consecuencias. Sólo su venerable maestro preveía que podía llegar a ser perjudicial. Le aconsejó varias veces que tuviese cuidado con su imaginación. Pues corría el riesgo de desbordarse y de llegar a creerse ella misma cuanto contaba o podía terminar abusando de la inocencia de los demás. Le respetaba sumamente, pero no comprendía cómo podían llegar a cumplirse sus temores. Le parecía estar segura de que controlaba su fantasía plenamente.

Cierto día, su amiga Loto-Li llegó muy contenta a contarle que había visto bajo el cerezo una hermosa seta roja con lunares blancos tal como las que ilustraban los libros de cuentos.

-¡Es preciosa, tienes que venir a verla!

-¡Ah sí, ya la he visto! Es el trono de la reina de las ninfas, que lo cambia de lugar para que nadie sepa dónde está y no puedan destrozarlo. A mí suele decirme dónde lo tiene porque sabe que yo jamás se lo rompería.

-¡Ni yo tampoco se lo rompería! Se lo he dejado intacto ¿Crees que a mí también me dejará verla?

-No lo sé, pero no creo, es tan pequeñita y tan frágil que teme que le hagan daño pese a los poderes tan mágicos que tiene.

La amiga de Lai-Chi insistió en que la presentase a la reina ninfa. Pero en lugar de decirle que se había inventado su existencia alimentó su curiosidad. Le dijo que era ella quien le contaba todas las historias que sabía. También quien confeccionaba sus bellos kimonos, por lo que siempre resultaban más bellos que los de sus compañeras. E incluso quien le cocinaba los ricos pastelillos, con que en ocasiones la invitaba, que resultaban ser los más deliciosos de cuantos había probado. A Loto-Li le pareció que tenía que ser cierto todo lo que le contaba. Había visto con sus propios ojos todas las pruebas que lo indicaban. Por la noche, cuando todos dormían, se levantó muy sigilosa y se dirigió al jardín. Allí se sentó bajo el cerezo muy cerca de la hermosa seta que tanto le había gustado. Pensaba que no tardaría en aparecer la reina ninfa y no se puso ropa de abrigo. La noche era muy fría y enseguida empezaron a castañetearle los dientes. Aún así pensó que no tardaría en recibir su encantadora visita. Hacía esfuerzos para no dormirse, pero finalmente le venció el sueño. Por la mañana, al ver que no estaba en su cuarto, la buscaron por todo el palacio. A nadie se le ocurrió ir a buscarla al cerezo hasta que Lai-Chi lo sugirió. La encontraron medio congelada. Durante varias semanas su cuerpo se debatía entre la vida y la muerte. La pena y la tristeza inundaban los lugares donde antes reinaban la risa y la alegría. Todas las personas de palacio se unían en sus oraciones esperando un milagro. Al fin, después de mucho dolor e incertidumbre la princesa Loto-Li empezó a mejorar. Lo hacía lentamente y los médicos anunciaban que ya no podría volver a ser la mejor bailarina del reino. Apenas podría volver a caminar con dificultad.

Todos los habitantes del lugar daban gracias al cielo por la recuperación de la princesa. Nunca pudieron olvidar lo sucedido. Algunos decían que Lai-Chi se merecía un castigo. Pero quienes la conocían sabían que lo sucedido ya era suficiente desgracia para ella. Desde ese día se negó a contar historias. De nada sirvió que le insistiesen para que volviese a ser la misma de antes. Aunque, quién sabe, hay muchas personas que no las han olvidado y todavía siguen intentando animarla para que vuelva a contarlas.

Mar Cueto Aller


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