ANA DOMINGO MARTINEZ


¡Ring, ring, ring! Mis ojos pesan mucho. ¡Ring, ring, ring! Estoy soñando o es que llaman por teléfono. Me incorporo a un lado abrazando a la almohada suave y esponjosa. ¡Ring, ring, ring! Me vuelvo para el otro lado rozando a mi amado Tomás, que con su mano toca mi vientre, voluminoso, acogiendo a nuestro futuro bebe de cuatro meses. ¡Ring, ring, ring! De repente lo oigo bien, estoy despierta y si, están llamando por teléfono, ¿Quién demonios será a estas horas?


¡Águeda, su madre está agonizando en el hospital, por favor venga, quiere hablarle!

En mi vida me había quedado tan bloqueada y vistiéndome poco a poco, mientras por mi cabeza no paraba de proyectarse, muy rápidamente, toda mi vida como si de un tiovivo loco fuese, todo relacionado con mi madre.

Con una mano en el volante y con la otra mano fumando sin parar un cigarro electrónico de esos que han sacado ahora para dejar de fumar, mis nervios afloraban y otra vez me surgía esos pensamientos que siempre los había querido borrar.

Nunca nos hemos llevado bien, siempre me criticaba, nunca estaba de acuerdo conmigo en nada, siempre contestando, haz esto y no aquello, esto no es así, rechazándome en todo, imponiendo lo que ella quería. Había conseguido crear en mi, mucha inseguridad para tomar decisiones, siempre andaba mintiendo, para protegerme del exterior y del daño que pudiesen hacerme. Así había sido mi vida durante treinta y cinco años. Una persona desvalida, carente de cariño, ocasionó una juventud alocada, desordenada, no miraba a nadie ni por nadie salvo a mi misma. Hasta que conocí a mi Tomás en mi último, fijo y afortunado trabajo como archivera. Él era uno de los arquitectos que aparecía siempre por ahí. Con él encontré mi paz, mi sosiego, mi seguridad. Me cambió totalmente, para convertirme en una mujer madura hecha y derecha. Por fin, me había encontrado a mi misma. Crecí espiritual y emocionalmente. Aprendí a amar verdaderamente, sin egoísmo, con espontaneidad, sin remordimientos y sobre todo, a respetarme a mi misma y a los demás.

Eso, todo eso, mi madre nunca me lo inculcó. Aún guardo en mi corazón, como una espinita clavada, la última discusión entre ella y yo y en la que cerré por última vez la puerta para no volver nunca más. Llorando desconsoladamente y odiándola a muerte.

Y a muerte se estaba debatiendo ahora y quería hablarme y no sabía de que…. ¡Qué quiere decirme ahora! Seguro que, por última vez me humillará como siempre y no lo podré soportar. Debiera de dar media vuelta y olvidarme de todo. Acurrucarme en mi camita con Tomás.

No eso no, nunca me perdonaría. Sentía curiosidad. Y ahora mas, que iba a ser madre dentro de cinco meses. Al fin y al cabo, una madre es una madre y quizá ahora la comprendiese.

Llego al hospital, pasillos largos, anchos y fríos, me parece una eternidad. Hasta que encuentro por fin, la ansiada habitación.

Abro la puerta y ahí está mi madre en la cama, tan blanca como las sábanas mismas y de repente, abre sus ojos azules, me mira y afloran lágrimas. Estoy inmóvil, desconcertada, no sé que hacer. Era la primera vez que la veía llorar.

Me extiende su mano y entonces me acerco a ella, la miro, no veo bien, las lágrimas salen, le cojo su mano, cálida y suave. Con fuerza me aprieta la mano, me mira y en su boca, en su última bocanada de aire, susurra:

- Hija perdóname. Se tú misma.



2 comentarios:

  1. Anónimo21:26

    Mis más sinceras felicitaciones, Ana.
    -Primero fue un gran interés por el blog, devorando todas las aportaciones.
    -Después fue plantearse participar como escritora. Analizaste a C. Martín Gaite con rayos X, y a tenor de su última época -"lo raro es vivir", nos ofreces esta tu primera obra, que cuenta con argumento, ritmo, sentimientos encontrados, y descripciones muy visuales.
    -Intuyo que vas a disfrutar tanto escribiendo como nosotros leyéndote.
    Un gran abrazo: Jesús

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  2. Anónimo21:26

    Felicidades Ana.

    Bonito tema el que has escogido para tu estreno, se lo mucho que significa para ti. Me has transmitido muchas cosas, así que espero seguir leyéndote.

    Un abrazo de tu amiga,
    Silvia C.

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