Mª LUZ FERNÁNDEZ LLAMES

No hay mayor homenaje a un escritor que leer sus libros.


Leerlos e incorporarlos a nuestro viaje.


Donde quiera que esté Carmen Martín Gaite puede estar tranquila.


Ella diría, “estoy tan ricamente”.


No se le escapará cuánto y cómo se recuerdan sus historias, sus personajes.


Pienso en Carmen y veo sus gorras, su pelo rebelde, unas cejas rotundas, los rasgos endurecidos y unos ojos que veían más allá.


Tanto camino recorrido.



La conocí tarde.


Como a tantos otros escritores.


Y la conocí al revés.


Es decir, no la leí cronológicamente.


Salía yo de una terna costumbrista y tradicional.


Así veía a Juan Valera, Armando Palacio Valdés, José Mª de Pereda …


Fue entonces cuando encontré a la Carmen que se iba de casa, la que se planteaba lo raro que es vivir.


Aquellos personajes femeninos que sobrevivían a una estancia transoceánica, a un divorcio o a un trabajo remunerado.


Pasé luego por sus retratos de la grisura.


Historias de un país de mesa camilla y brasero.


Los visillos como frontera.


La mujer, un fragmento de interior.


Y no los pude reconocer como costumbristas o tradicionales.


Me secaban la garganta.


Algo se movía en literatura.


Las letras, sin cambiar el mundo, pueden ser un faro en la niebla.


No sé cómo lo hizo.


Cómo ella y la llamada Generación de los cincuenta pusieron sobre el mantel primoroso del triunfo tanta desazón.


Señalaron con el dedo la distancia entre los desfiles inaugurales y la geografía dolorosa del extrarradio: Pozo del Tío Raimundo, La Elipa…


Carmen llegó a tildar de “epopeya del aburrimiento” a la novela “El Jarama”, escrita por Sánchez Ferlosio mediados los cincuenta.


Esa novela, muchos de los cuentos escritos por Ignacio Aldecoa, la obra de Carmen y varios más debieron parecer historias sinsustancia, literatura sin ligazón a los vigías de la patria.


Estaban aviados.


El realismo social llegaba a las imprentas.


Y con él el desencanto, la falta de expectativas; la prueba del nueve que demostraba que la música del No-Do chirriaba en los oídos.


Cuenta Carmen que, charlando con su amiga y compañera Josefina Aldecoa sobre si ellos habían formado o no una generación literaria, ésta le dijo –y no son palabras textuales- “¿te has dado cuenta de que ninguno de nosotros ha ocupado jamás un cargo político o de relevancia en el poder?”.


Dice mucho en su favor.


Lo suyo no fue una revolución.


Ni una protesta plagada de consignas.


Pero, a poco que rasquemos, se ve su grado de compromiso.


Con ellos mismos y con la sociedad.


Con la vida.


Y en el caso de Carmen Martín Gaite, me atrevo a decir que pagó en soledad el empeño por ser coherente hasta el último momento.


Por eso me considero en deuda con ella.





Mariluz Fdez. Llames


Abril 2010



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