LUIS PARREÑO GUTIÉRREZ


Diario apócrifo de Carmen M. Gaite.





Mojigata.

 Es un término al que siempre tuve miedo. Puedo haber sido cualquier cosa menos mojigata. Ya me lo decía mi padre, que de curas y monjas sólo aprendería sumisión y miedos. Y tenía mucha razón.

De no haber sido por él, nunca hubiera ido al Instituto ni hubiera conocido a tanta gente interesante que ha influido en mí, en mi modo de ser, en mi manera de actuar, en este carácter independiente que, dicen, me hace un punto rebelde.

Ja. Rebelde yo, que he tenido que pasar cien veces por las horcas caudinas de tantas miradas de reprobación ante tantos detalles para mí insignificantes.

Si alguno de los que me ha reprobado pudiera siquiera imaginar cómo es esta ciudad en la que me encanta vivir, cómo visten sus mujeres, con qué naturalidad se pasean desenvueltas por las calles y con qué ligereza se tumban en la playa a tomar el sol, creo que pensaría que es cosa del diablo. Al fin y al cabo, Francia es para ellos el origen de todos los males que aquejan a la humanidad.

Aún recuerdo las miradas de pasmo de mis compañeros de Universidad, allá en la lejana Salamanca, la primera vez que me senté en clase. Lo recuerdo como si fuera ahora mismo. Y los comentarios mordaces.

Nunca tendríamos las mujeres derecho a recibir educación académica según algunas de las acémilas que asistían a mi primer curso. Hijos de terratenientes que estaban viviendo una especie de sopa boba, mantenidos con esfuerzo por los suyos, de juerga en juerga, anquilosados por el vino de los tugurios en que pasaban la mayor parte de su tiempo libre.

Si llevaba falda de vuelo, intentaban ver mis rodillas descaradamente, como si ello fuera una ofensa. Mi padre me decía que más sufre el que ve que el que enseña, y tenía razón. Si la falda era del tipo tubo, decían que mi culo era gordo, y que me contoneaba demasiado. Si hacia caso a sus soeces requiebros o contestaba, me estaba exponiendo al escarnio público. Sólo sonreía, bajaba la cabeza para que no lo notasen y seguía mi camino.

Cuánto trabajo ha hecho falta para que haya podido llegar hasta este momento de gloria.

Esta beca me va a servir para afianzar aún más mis convicciones de independencia. La literatura francesa tiene mucho que ofrecerme y espero sacar el máximo provecho de todo lo que pueda aprender mientras esté aquí.

Además, la Costa Azul parece un trozo de paraíso caído a la tierra. Creo sinceramente que me voy a encontrar muy a gusto aquí, a pesar del idioma y de lo poco amable en apariencia que es esta gente con una españolita solitaria.

Mi verdadero problema es volver. Pero eso es poner "o carro antes dos bois" como decía aquella amiga mía gallega. Cuando tenga que regresar, ya veremos qué hago de mi vida. Desde luego, tengo clara una cosa: a Salamanca ni atada vuelvo yo.

No en vano me he negado siempre a aceptar el término mojigata.



                               En Cannes, primavera de 1948.

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