JOSE JULIO CUETO LOZANO

Ese Hombre
1

Nació donde vemos las estrellas diurnas, las olas que reflejan los rayos infinitos del sol.
Espumado el aire que mecía su melena y su cuerpo cubierto de su más sincera desnudez, caminaba en el lodo hasta encontrar la primera familia que le acogió.
Allí, llamó gozo al cantar de los pájaros y a los reinos que torneaban su silueta.
Aprendió; y desaprendió los buenos haceres y creyó en ilusiones infantiles de cuentos mágicos y torbellinos de candor.
2

Mi casco no prefiere humano alguno.
No, nunca quiso como quiere y sueña la gente.
Mi sueño es negro y laberíntico. Falto de guerras y sangre se mece entre silbidos de paz.
Toda la vida he sentido el condicionamiento por aquellos hombres sociales y de mal gusto, que no dejan de decepcionarme con sus pesadillas y orgullos.
Chabacanos son sus conflictos y fuera de felicidad sus resoluciones.
Pronto descubro que entre la germinosa multitud rebusco en semejantes. No entes que hubieran nacido de vientres calientes y con caracteres divergentes y desnutridos.
Así pues, comienzo un periplo de indagación en el hombre natural y bello.
Y si un rayo de amargura atravesase su pelaje, arrancaré con seda de mi alma, abrigo de caricias de amor sincero.
3

Hubo cumplido los años de adulto cuando descubrió la incomodidad y atadura de su propio hogar.
Sentado en el tejado del suelo, sobre las piedras que rodeaban el roble de su finca, observó las llamas tragarse las paredes de su casa, mientras la ira se mitigaba y replegaba en su ombligo.
Digiriendo el ácido de su estómago, expulsó la mala pena y angustia, cantando su canción de cáñamos de manila y azúcar.
Liberado de nuevo, corrió hacia nuevas tierras.
4

Rojos, marrones y azules viste nuevos cielos. Castigaste la injusticia y luchaste con el prójimo guerrillero.
Asumiste la responsabilidad y trataste de reeducar a compañeros de senderos, ávidos de tu corazón fuerte, no escéptico.
Brindaste tu copa con sabios, memos y etéreos, cavilando entre las tinajas rellenas de contratos ebrios.
Cambiaste, cambiaste tu mundo y pequeños reinos; sosegantes y rizados tus cantos los atravesaron.
Revolución tras revolución, el arte se convirtió en tu juego. Desdeñando heridas y ruedos, conseguiste lo inefable, sólo habido en los cuentos.
5

Así llegué a suelo lejano y hallé un vergel de yerbas y sirenas.
Aquella dormía en detrás de mis ojos y con un sentimiento sedentario dije: “Aquella casa es ésta”.
Dónde desposó a la mujer más bella, es cosa no sabida en estos lares.
Alto había sido su gusto, y por vez primera, su amor fue entregado. Una mujer especial como ninguna que comprendía todas sus dudas.
Trabajaron en la creación y muchos hijos procrearon.
"Cada criatura, al nacer, nos trae el mensaje de que Dios todavía no pierde la esperanza en los hombres."
Eso es lo que vi.



A Rabindranaz Tagore,
Jose Cueto.

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