JESÚS SALGADO ROMERA

LA CREACIÓN

Desperté lentamente. Abrí los ojos sintiendo calor, tenue y reconfortante.
Una suave luz anaranjada me rodea.
Muevo los brazos. Chocan con una capa flexible. La analizo visualmente; la palpo: es una membrana de materia orgánica que forma una burbuja a mi alrededor.
No sé qué puede haber al otro lado de esta translúcida crisálida.
Estoy débil y siento cómo mis fuerzas flaquean.
Mis párpados pesan, mis brazos quedan cruzados en mi regazo; el cansancio se transforma en un adormecimiento que se apodera de mi mente, y me sumerjo en él.
Silencio, calor reconfortante, placidez.

Recupero la consciencia. Carezco de noción del tiempo, no creo que aquí importe; en cambio, tengo la sensación de que he estado procesando a nivel físico. De hecho, la membrana ahora es transparente.
Trato de captar el entorno: Una superficie ocre, interminable, tan sólo interrumpida en la lejanía por grandes formas estáticas.
Observo la membrana, cada vez es más delgada. Toco un punto frente a mí y desaparece. Paso la mano y la membrana de ese espacio se desvanece. Froto con el brazo y diluyo rápidamente. Estoy libre.
Salgo, me miro: Mi piel es marfileña, con venas azuladas.
Sé que nunca he sido así, aunque tampoco podría decir cómo era.
Me acepto. Vivo en presente continuo.
El espacio frente a mí está desierto de vida. En la superficie amarilla distingo extrañas formas redondas u ovaladas, diseminadas en la perspectiva. ¿Soy el único ser vivo en este inmenso espacio?
Camino, el suelo está caliente. Lo toco con mi mano; su textura es de piel. ¿Estoy viviendo en la superficie de otro ser vivo?
Es una experiencia ajena a todo lo que he conocido hasta ahora. Un nuevo mundo, otra percepción.
Fijo mi atención en los corpúsculos distantes que aún no puedo definir como animados o inanimados.
Uno de estos cuerpos, a mi derecha, en la lejanía, comienza a hacerse grande. Es una bola de color rojizo, que según crece identifico como una fruta, una gigantesca frambuesa, que aumenta de tamaño por momentos. Se tensa más y más, llega al punto de su máxima exuberancia.
Un aguijón que surge de su interior rompe la tensa superficie haciendo una fisura de arriba abajo. En la base, comienzan a brotar decenas y decenas de frambuesas que forman un cauce zigzagueante e imparable que rellena surcos y oquedades a su paso.
En su recorrido las frambuesas exudadas estallan, diseminando semillas blanquecinas que se dispersan por la superficie; una vez huecas son empujadas por las nuevas que siguen surgiendo.
A mi izquierda, en la distancia, eclosiona otra forma oval en una nube azul y rosa; surgen los pétalos y estambres de una flor de proporciones gigantescas. No hay sonido, no hay ruido; a medida que la nube se desvanece de su base mana una formación de frambuesas que discurre buscando el cauce que les una, cual afluyente, al río principal.
Concentrar la atención en un punto me impide observar la evolución que surge a cada instante por todas partes. Al fondo comienzo a vislumbrar montañas de tonos azulados. ¿Estaban antes?
No tengo miedo, observo. Doy por supuesto que esto corresponde a una eclosión de la naturaleza, aunque ésta sea tan distinta a lo que yo conocía hasta ahora.
En el centro de mi panorámica, un objeto rosáceo comienza a hincharse formando varios corpúsculos amorfos que a su vez terminan en cúpulas de las que asoman anchos tallos que acaban en forma de aguijones, de los que surgen flores que diseminan sus semillas al ambiente. De la base de este cuerpo mana un líquido, quizá agua, que comienza a rellenar una gran oquedad, formando un estanque.
Apenas me atrevo a moverme, pues observo que mis pisadas repercuten en el suelo, produciendo vibración.
Del gran estanque comienza a filtrarse un hilo de agua hacia donde estoy, haciendo otro lago más pequeño.
En este imparable y dantesco espectáculo las blancas semillas diseminadas absorben el agua y se hinchan hasta reventar dando lugar a frutas más grandes que una persona: granadas, fresas, sandías, moras, peras, brevas, uvas...
En el suelo, de forma espontánea, comienzan a surgir formas primitivas de vida animal: conchas de moluscos, crustáceos, huevos, medusas y otras figuras inidentificables, que a su vez tienen pequeñas esporas blancas en su superficie.
Siento el ambiente pesado e intenso. Como en el momento previo a una gran tormenta, el aire está cargado de tensión.
Aumenta el ritmo de creación: las formas surgen, crecen, maduran, eclosionan, dando lugar a nuevas formas que crecen, maduran, y eclosionan a un ritmo trepidante. Allá donde fijo la mirada surgen cuerpos de los que salen otros cuerpos…es horrífico, quiero huir.
Ahora, como por generación espontánea, surgen animales: ratones, búhos, cabras, gacelas, grullas, unicornios, caballos, enormes ratas, dromedarios, pájaros gigantescos, sirenas y otros seres indefinibles, que forman pequeñas manadas y se dispersan por el espacio.
Del centro del lago surge una esfera azul que gira sobre sí misma. A mi izquierda erupcionan cuatro cúspides rosáceas, que se cubren con una plataforma, de la que brota una especie de tienda de campaña que se corona con una forma vegetal.
El espacio se está saturando con los grandes corpúsculos, el río zigzagueante, los dos lagos, las frutas dispersas y las manadas de animales que corren libremente…un estanque circular acaba de surgir mientras enumero esto.
Junto a mí, dentro del lago, una mandarina se hace grande, alcanza su tamaño máximo y desarrolla un tallo que se hace rama, a la que crecen hojas; en su término sale una flor gamopétala que alcanza su magnificencia, expulsa sus semillas y comienza a replegarse uniendo sus pétalos, para formar una esfera.
No lo pienso, ahora sí que siento opresión y quiero acabar con esto, protegiéndome. Salto al centro de la corola antes de que los pétalos se unan.
Confío en que la flor lleve su propio ritmo y se separe de su tallo, elevándose por el aire o quizás flotando en el agua; sólo espero alejarme de este ritmo frenético.
Entre los resquicios de los pétalos que se van uniendo alcanzo a ver surgir hombres y mujeres adultos; marfileños en su mayoría; algunos de piel más rojiza y sólo alguno de piel oscura.
Según surgen, unos se agrupan, tocan, mezclan, y agarran entre ellos; otros se lanzan a cabalgar sobre cualquier animal, formando comitivas que rodean los lagos e inspeccionan todo.
No percibo agresividad o violencia, sólo frenesí, aceleración caótica hacia no se sabe dónde. Avanzar, recorrer, ocupar superficie.
¿Hubiera debido quedarme ahora que aparecen seres humanos?
No lo siento así, quiero escapar a esta eclosión vertiginosa de seres que cierran el espacio, que acaparan cada centímetro libre y proliferan sin parar.
El cáliz se ha cerrado perfectamente. Dejo de percibir el exterior.
Siento alivio, ya no formo parte de este universo. ¿A dónde iré?
De la parte que aún nos une con el tallo surge un ramalazo de luz. Un rayo recorre el espacio interior. Noto que me toca; cada centímetro de mi piel vibra intensamente; cada célula de mi cuerpo emite una descarga como reacción a la carga recibida.
Trato de pensar coherentemente, pero el fluir de ideas se ralentiza y me impide formar frases. ¿Me estoy dispersando? ¿Mis órganos eclosionarán y dejaré de ser el ser pensante que hasta ahora soy?
En un esfuerzo de voluntad, trato de retener palabras que mantengan mi mente ocupada: “Ábaco, antecámara, barboquejo, camaranchón, catetómetro, cidral, colaire”…cada vez me cuesta más mantener la consciencia…”exultar, horcón, mandarria, nebreda”…”repulgo, sesquiáltero, titubear, tendal, tentenelaire”.
Me rindo. Las palabras dejan de formar parte de mi mente; me abandono a lo que tenga que ser.
Cierro los ojos y entro en una ensoñación. Aunque percibo mi cuerpo vibrante por la descarga recibida, y mi mente saturada de emociones, noto cómo me evado, apaciguándome por el aislamiento de este habitáculo vegetal.
Silencio. Adormecimiento. Paz.
Una mano toca mi vientre y me hace sentir mujer.
Mis párpados se abren suavemente. Una figura casi transparente, recostada a mi lado, empieza a definirse. Se va haciendo más nítida: es un hombre.
Su forma se perfila plenamente y una placentera sensación surge desde mi pecho hacia el suyo. Nos atraemos.
Calculo que la intensidad del rayo que hizo vibrar todas mis células ha generado este nuevo ser. Por tanto, él es parte de mí, y yo de él.
La flor se desprende del tallo y evoluciona lentamente en el aire, elevándose cual burbuja.
Mi amante toca mi cuerpo, reconociéndolo, yo toco el suyo.
Una palabra surge en mi consciencia y se impulsa hasta salir por mis labios; mirando a sus ojos le defino: “Adán”.
Su boca pronuncia mi nombre: “Eva”. Todo mi ser se estremece.
Intuyo que somos el germen de una nueva creación: “Eva y Adán”.


F I N

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