JUAN LÓPEZ TRUJILLO

RELEYENDO VIEJOS PAPELES


Siempre he querido cantarte, pero ni encontré las palabras, ni supe templar mi lira.

Quise hacerte un ramo de versos, ponerlos en tu regazo y que así se remansaran y tuvieran sentido, calentado con los latidos de tu joven corazón, pero poco a poco se fueron marchitando como las flores de otoño que bordean los caminos.

Nunca fui invitado a la fiesta de tus besos y solo de miradas requisadas, pude irme adentrando en la negra y caliente profundidad de tus ojos.

Apenas supe del aroma de tu cuerpo, al serme negada toda proximidad, alguna presencia, estando siempre bordeando el abismo de ese precipicio al que se asomaban mis deseos.

Hoy, cuando la lluvia enloda los caminos, los árboles señalan con su muñones a esas nubes que ensucian la deseada claridad del día, hoy me llego de nuevo hacia ti, con mis manos ansiosas de caricias y un triste rosario de lágrimas para rezarte de nuevo esa canción que sólo necesita la música de tu risa.

Si quisieras escucharme, es seguro que un río de estrellas anegará los caminos del cielo y una primavera de flores silvestres le pondrá tibieza a este frío de ausencias y al final un revoloteo de pájaros cantores empezará a enseñarme a conocer la felicidad.

                                                   
Cuando los inviernos se hacen dueños de los calendarios y se hacen más oscuros los silencios, he releído aquellas palabras juveniles preñadas de ansiedades.

Escuchaste al final mi canción transida de deseos y urgencias y un prodigio de felicidad cinceló nuestras vidas siendo dos pétalos abiertos al aire de los deseos y la dicha.

Dos historias que confluyen en un recital de amaneceres, en feraz tierra sembrada con ubérrimas cosechas de caricias.

Ahora que ya han menguado las ansias, el sosiego toma el relevo a los deseos y las prisas, déjame que vuelva a la ternura de ese soñado beso elemental y primigenio.

Ahora que los hijos ya se han ido y se ensanchan los relojes, déjame mirarte, déjame navegar por el remanso de tu cuerpo, acariciar las arrugas de tus sueños y ser de nuevo aquel muchacho que soñaba con tenerte, aprendiendo a escribir torcido los renglones derechos que el corazón mandaba.

Ahora, al releer de nuevo aquellas palabras, recuerdo y hago mías las bellas palabras de Tagore: “Mi alma nace a la orilla de tus ojos de luto. En tus ojos de luto comienza el país del sueño”.



Juan López Trujillo
Benicassim.- (Castellón de la Plana)

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